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"El silencio es la necesidad primordial de nuestra cultura"
Pablo D'ORS. Escritor
El autor de la 'Biografía del silencio', consejero del Papa Francisco, pronunció este lunes una conferencia en La Térmica.
Málaga/Una sala llena hasta los topes, con no pocos frustrados que se habían quedado sin sitio en la puerta, esperaba este lunes en La Térmica la llegada de Pablo D'Ors (Madrid, 1963), quien pronunció la conferencia El camino del silencio. Autor de la Biografía del silencio (2012), aproximación a la meditación de la que ha vendido más de 100.000 ejemplares, sacerdote y asesor del Papa Francisco como miembro del Consejo Pontificio de Cultura, D'Ors también ha escrito novelas como Contra la juventud (2015), El olvido de sí (2013) y Andanzas del impresor Zollinger (2013), por las que ha sido emparentado con Kafka, Milan Kundera y Herman Hesse.
-Wittgenstein concluyó que "de lo que no se puede hablar, mejor callar la boca". ¿El silencio también nos revela que el mayor desconocido es uno mismo?
-Hablar del silencio es una paradoja. El silencio es la forma más directa, e incluso salvaje, de conocerse a uno mismo. La meditación, el silenciamiento interior, es la primera instancia necesaria para propiciar el autoconocimiento. Si es cierto que las palabras cambian el mundo, y yo lo creo, el silencio nos cambia a nosotros. Y resulta inútil pretender cambiar el mundo si antes no hemos cambiado nosotros. Pero también estoy convencido de que el silencio es la necesidad primordial de nuestra cultura, de la cultura occidental. Estamos llenos de ruido y de dispersión. Como decía Simone Weil, la atención es la virtud por excelencia. Pero no puede haber atención sin concentración, sin acudir a nuestro centro. El silencio lo hace posible.
-Otra paradoja respecto al silencio es que el que lo hace posible es el sonido, o casi mejor el ruido.
-Eso es tanto como preguntar en qué medida necesita el bien del mal para tener sentido. O la luz de la oscuridad. No lo sé. Lo que sí sé es que el silencio destapa la caja de Pandora, la abre y saca lo que somos. Y si no sabemos lo que somos, difícilmente podremos hacer aquello a lo que estamos llamados. Pero el silencio no es solamente ausencia de ruido; ni siquiera es una ausencia de palabras, porque el silencio y la palabra son para mí las dos caras de la misma moneda; es más bien la ausencia de ego. Y el ego no es otra cosa que el afán en autoafirmarnos y en poseer permanentemente, utilizar cualquier cosa a nuestra alcance para reafirmar nuestra identidad, aunque sea a costa de otros. Este ego es el que hay que acallar y purificar. En la medida en que lo hacemos, caemos en la cuenta de que la realidad es una pasada.
-¿La escritura es una forma de meditación?
-La escritura artística, la auténtica, es un ejercicio espiritual. Y esto significa que nace del silencio y que aboca a él. Por tanto, la garantía para saber si una palabra nace del silencio es comprobar si genera silencio en el oyente o en el lector. Si la palabra abre en ti espacios de interioridad, de reflexión, de escucha y de acogida, territorios que te apetece explorar, entonces seguramente esa palabra nació de una cepa que la convierte en algo que no es pura palabrería. Hoy se habla mucho de espiritualidad y de interioridad, pero rara vez encuentro a personas que den un contenido explícito y concreto a las palabras, que se quedan en una especie de nube vaga en la que no se sabe de qué estamos hablando. La espiritualidad es el silencio. Para decir que una obra de arte es espiritual, el criterio clave, por no decir el exclusivo, es si la obra ha sido fraguada en el silencio y la soledad. Kafka lo expresa muy bien en sus diarios: "Nada bueno nace del hombre que no haya sido gestado en la soledad".
-Salvo excepciones como Franny y Zooey de J. D. Salinger, la meditación ha sido la gran ausente de la creación literaria y artística en Occidente. ¿Por qué resulta un tema poco atractivo?
-Existe una tradición de conocimiento silencioso en Occidente, pero ha sido una tradición minoritaria y marginal. A menudo, cuando hablamos de silencio y meditación, la gente cree que nos referimos al Extremo Oriente, al zen y al yoga; pero la tradición de Occidente es igualmente milenaria, se remonta a los padres y madres del desierto y sigue un hilo que habitan Gregorio de Nisa, Dionisio Areopagita, el Maestro Eckhart, Juan de la Cruz, Wittgenstein, Benjamin, Simone Weil y otros místicos, religiosos o laicos. A todos nos une la pasión por lo absoluto; por absolver, por soltar. Por el desierto, por vaciarnos. Vivimos ahora un tiempo de síntesis en el que Oriente y Occidente están llamados a encontrarse y de hecho se están encontrando. La palabra llega a Oriente y el silencio llega a Occidente. Es una etapa inédita y maravillosa: nunca antes los seres humanos han podido conocer los textos de todas las tradiciones de sabiduría. Si antes cada pueblo seguía un gran faro, ahora podemos ver muchos faros. Podemos ver más luz. De hecho, la hay.
-Buda y Mahoma son reconocidos como meditadores. En el caso de Cristo, ¿podemos decir que la culpa de todo la tuvieron los cuarenta días en el desierto?
-El desierto en Jesús de Nazaret hay que entenderlo como lo que está entre la experiencia de su Bautismo y la experiencia de su presentación en la sinagoga ante los doctores. El episodio fundamental en su vida fue su Bautismo, y después se marchó al desierto para entender en qué había consistido realmente. Lo que Jesús hace allí es enfrentarse a las tentaciones del poder, del tener y del placer, a las que logra vencer afirmando que su identidad está en el ser, no en el poder, ni en el tener ni en el placer. Hoy, cuando meditamos, de alguna forma hacemos lo mismo: abrir las puertas de la percepción a una voz que nos dice que tenemos fundamento para confiar. Y así vamos al desierto para ser puestos a prueba en la confianza. Cuando pasamos la prueba, podemos presentarnos ante la sociedad seguros de quiénes somos.
-Pero, ¿es posible encontrar el desierto hoy en día?
-Los desiertos no sólo son posibles, también son necesarios y reales. En nuestras grandes ciudades existen espacios habitados por personas que hacen silencio. Son espacios pequeños y personas anónimas. Pero si nuestras sociedades no explotan a cuenta del ruido y el caos es gracias a estos pequeños orantes que invisiblemente las sostienen.
-¿Sobre qué conversaron en la última reunión del Consejo Pontificio de Cultura?
-Sobre el papel de la mujer en la Iglesia.
-¿Y hay voluntades puestas en que se avance al respecto?
-Más aún, hay una reclamación concreta desde muchas instancias que no podemos desatender. En esa reunión alguien dijo algo muy bonito: El feminismo es un fruto cristiano que nace fuera de la Iglesia. Se trata de una semilla gestada dentro de la cosmovisión cristiana que ha brotado en otra parte. Puede parecer una tesis sorprendente, pero es digna de estudiarse. El fenómeno del respeto al individuo nace en el seno del cristianismo. Y las primeras mujeres consideradas, con estudios y con poder para gobernar, con la misma consideración que los obispos, aparecieron en la Iglesia.
-¿Va encaminada la Iglesia hacia una asunción de la igualdad?
-Sí, pero la tesis que propone la Iglesia es una igualdad diferenciada. Las diferencias no son necesariamente signos de desigualdad; más bien, hacen posible la comunión. Una igualdad que no respetara las diferencias sería un uniformismo o directamente un totalitarismo. Y la Iglesia es una sociedad mucho más plural de lo que muchos piensan.
-Uno de los mayores apóstoles del silencio en el pasado siglo, Samuel Beckett, fue despojando su escritura hasta prescindir de la propia palabra. ¿Lo mejor será entonces no escribir?
-El silencio de Beckett es muy elocuente porque se basa en la resta, en eliminar. Beckett dice que la identidad no es una construcción, que no se hace a base de sumar, sino un descubrimiento que tiene más que ver con quitar. Pero en Esperando a Godot y otras obras, el silencio es opresivo o directamente absurdo, relativo al sinsentido de la existencia. El silencio al que yo me refiero es una soledad sonora, un silencio que te deja preñado de una manera misteriosa. Es el vacío y a la vez es la plenitud: un extraño camino hacia la fecundidad.
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