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Málaga/John Lennon llegaba al Aeropuerto de Málaga en 1966 de camino al rodaje de Cómo gané la guerra en Almería y Torremolinos quedaba demasiado cerca como para no asomarse y recordar las andanzas que le habían llevado allí tres años antes junto a Brian Epstein, que tan caras le habían salido. Thomas Bernhard buscaba un renacer imposible en la Costa del Sol poco antes de su muerte y Brigitte Bardot posaba con sombrero cordobés ante un paisaje de casas blancas y humildes. Jean Cocteau escribía sobre el tórrido verano y Frank Sinatra se liaba a golpes y escupía sobre una foto de Franco en el Hotel Pez Espada, símbolo del relax con su suelo de amebas. Mucho antes, Dalí liaba a los poetas del 27 a fabricar cadáveres exquisitos mientras Gala sacaba tres cabezas de ventaja a las suecas en la incorporación del topless a los usos y costumbres. Transexuales como Coccinelle y April Ashley bailaban en una clandestinidad impostada justo donde Judy Garland celebraba su luna de miel y Frank Rebajes, recién llegado de Nueva York, instalaba su taller de joyería. Silvie Vartan cantaba en el Piper`s y James Brown hacía resonar sus metales en el Barbarela, pero Kirk Douglas prefería marcarse un chachachá en Tiffany's. Todo fue posible aquí, en Torremolinos, el no lugar que entre 1930 y 1990 vivió fuera del mundo, incluida la rígida observancia franquista, para convertirse en centro de libertad y libertinaje, un crisol proteico de sol, playa, sexo, celebridades y juerga infinita pregonada a voz en grito desde el más fidedigno secreto. También la revista Litoral tuvo en el núcleo uno de sus principales puntos cardinales, y por eso la veterana publicación que estuviera al servicio de la Generación del 27 y que hoy coordina Lorenzo Saval acaba de lanzar un número especial dedicado a Torremolinos y a todo (todo) cuanto contribuyó a cimentar su mitología a lo largo de sesenta años de prodigios. El volumen, puesto en circulación con la colaboración del Ayuntamiento del municipio, lleva por título precisamente De pueblo a mito y tendrá su presentación el próximo martes 19 a las 19:00 en la Casa de los Navajas de Torremolinos.
Salvador Moreno Peralta, Estrella de Diego, Antonio Rivero Taravillo, Eugenio Chicano, Guillermo Busutil, Alfredo Taján, Javier Ojeda, Teodoro León Gross, Lucas Martín, Cristóbal G. Montilla, Juan Antonio Montano, José Luis García, Silvia Grijalba, Tecla Lumbreras, Pedro Pizarro, Francisco Griñán, Ignacio Peyró, José Luis Cabrera y Manuel Bellido son algunas de las firmas que contribuyen a esta revisión honda y detallada en la que no falta ninguno de los episodios, protagonistas ni secundarios que contribuyeron a cimentar la leyenda torremolinense. Además, el volumen, profusamente ilustrado con la especial aportación de Torremolinos Chic y otras numerosas fuentes y archivos, incluye artículos y fragmentos de diarios de Paul Bowles, Jean Cocteau y Mercedes Formica, además de dos entrevistas con Pablo García Baena. A partir de este material, Torremolinos, de pueblo a mito, sigue una estructura cronológica que extiende sus ramas como un árbol en multitud de contenidos: los años 30 trazan la transición del pueblo blanco con sus molinos y sus redes de pesca a la llegada del topless, con el Hotel del Inglés como centro de gravedad permanente, la felicidad mediterránea de Cernuda y Gala y Dalí como inquietantes anfitriones. Entre los años 30 y los 60 Torremolinos es objeto de una gran transformación, la que conduce desde el viejo balneario a los variopintos hoteles, en los mismos años en que Hemingway se deja ver en La Cónsula, Gerald Brenan se convierte en un vecino más de Churriana y Paul Bowles cree encontrar en la Costa del Sol su primer cielo protector. Especial mención merece en este apartado el Hotel Pez Espada como "emblema de un tiempo ido", a donde llegan una princesa Soraya de Persia recién repudiada por el sha a sus veinte años (impagable el texto en el que el entonces interventor general del hotel, Luis Callejón, recrea el episodio) y Juan Domingo Perón con sus caniches (durante su estancia, el general fue invitado a trasladarse a otro hotel ante la intención del ministro del Ejército de hospedarse en el Pez Espada: la coincidencia de ambos líderes podía interpretarse como una conspiración para que Perón recuperase la Presidencia de Argentina con ayuda española). Los años 60 y 70 significaron el cénit del mito con Torremolinos invadido por las suecas, lord Timothy Willoughby de Eresby afincado en el Bajondillo, la más absoluta liberación sexual en un país gobernado por una dictadura nacionalcatólica, la pantagruélica colección de noches de fiesta interminable y, también la Arcadia de pintores, escritores, cineastas y demás creadores, con templos del cosmopolitismo intelectual como la inolvidable The Second Hand Book Market y momentos decisivos como la refundación de Litoral en 1968. Más allá de Torremolinos Gran Hotel de Ángel Palomino, el entonces barrio (quién lo diría) sirvió de inspiración a novelistas como William Peter McGivern, Juan Goytisolo, Stephen Marlowe, José María Souvirón, Daniel Sueiro, José María Sanjuán, James A. Michener, Fernando Sánchez Dragó, J. G. Ballard, Félix Bayón y Alfredo Taján. Barbadillo y Bola Barrionuevo traducían la luz de Torremolinos en sus lienzos, mientras sus calles se convertían en platós donde Brigitte Bardot, Anthony Quinn, Lee Remick y Jean-Paul Belmondo rodaban sus filmes. Los Íberos ponían el rock y Carrete el baile. Tiempos de electricidad.
En los años 80 Torremolinos se tiñe de underground y en sus sombras conviven siniestros, mods, travestis, reinas, barras y estrellas. Una nueva generación tiene aquí la oportunidad de entrar en contacto con la new wave y escuchar la música de Talking Heads, The Police, The Cure, New Order y Echo & The Bunnymen, catarsis que haría posible la formación de bandas como Danza Invisible. Una nueva Edad de Oro asomaba como una luz lejana y sin embargo posible. Mientras, como cuenta Silvia Grijalba, los modernos de Madrid tenían que ir a Londres para comprar "las últimas novedades discográficas de Bauhaus, Joy Division, Siouxsie o Television", en Torremolinos sólo cabía esperar a que los turistas trajeran los mismos discos debajo del brazo. Después la decadencia, el olvido, la arquitectura consignada como yacimiento arqueológico. Y un despertar improbable, tal vez, del sueño.
En su artículo incluido en Torremolinos, de pueblo a mito, titulado Pasión y vicio, Javier Ojeda escribe: "A veces me ha dado por pensar que la decadencia se inicia con la independencia, pero la verdad es que no es del todo cierto. Otro recurso facilón sería datarlo en la investidura de Herr Fernández Montes, pero tampoco. Mi teoría es que la catetización, si es que existe esta palabra, fue extendiéndose lenta pero inexorablemente y llegó a imponerse definitivamente en el 2002 con el descubrimiento a todo boato del inefable Monumento al Turista, cuyo impacto visual a punto estuvo de provocarme una caída en bicicleta cuando lo vislumbré por primera vez".
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