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Winnie The Pooh: El bosque sangriento | CRÍTICA
(●) 'Winnie The Pooh: El bosque sangriento'. Terror, Reino Unido, 2024. 93 min. Dirección: Rhys Frake-Waterfield. Guion: Rhys Frake-Waterfield, Matt Leslie. Música: Andrew Scott Bell. Fotografía: Vince Knight. Intérpretes: Scott Chambers, Ryan Oliva, Tallulah Evans, Simon Callow, Eddy MacKenzie, Lewis Santer.
Cuando no se tiene mucho talento, pero sí suficiente desparpajo, y se da con una idea, solo una y además poco original, lo mejor es explotarla mientras el público aguante. La idea de Rhys Frake-Waterfield fue llevar mucho más lejos la conversión de lo aparentemente divertido, inocente o infantil -juguetes, cajitas de música, juegos o payasos- en amenazante y siniestro. Desde su productora Jagged Edge creó el llamado The Twisted Chilhood Universe (El retorcido universo de la infancia) para hacerse con personajes de cuentos, tebeos y películas infantiles cuyos derechos hayan pasado a dominio público y convertirlos en sanguinarios protagonistas de slasher, películas de terror sangriento y truculento.
Con una inversión de 100.000 dólares produjo en 2023 Winnie the Pooh: miel y sangre -después que un año antes el osito creado por A. A. Milne en 1926 pasara a dominio público- que recaudó cinco millones pese a ser una basurilla sin ningún interés. La cosa estaba hecha. Aquí está, con una inversión mayor que no redunda en más calidad, Winnie the Pooh: el bosque sangriento. Y como también está funcionando, esperan turno Peter Pan, Bambi, Pinocho y los Teletubbies.
El osito que se convirtió en un monstruo hambriento, sediento de sangre y de venganza al sentirse abandonado (una versión enloquecida y gore del oso de Toy Story 3) vuelve a las andadas, junto a sus siniestros amigos, tras las matanzas del bosque de los 100 acres. También vuelve Christopher Robin, el niño que lo abandonó cuando creció, ahora interpretado por Scott Chambers en vez de por Nikolai Leon como en la primera entrega. Y las fechorías de las ex encantadoras criaturas desbordarán los límites del bosque yendo al pueblo en el que vive Robin, siempre buscando venganza por su abandono y por haber revelado su existencia, poniéndolos en peligro.
Más formalmente aseada que la primera entrega, tampoco aporta nada interesante fuera del juego de convertir lo encantador en perverso y lo inocente en siniestro como gancho para apóstatas de sus infancias -ese gusto de adolescente inmaduro por ensuciar lo que le encantó- y como pretexto para un baño de sangre y efectos truculentos.
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