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El testigo en su laberinto

Ante el 80 aniversario de la caída de Málaga en la Guerra Civil, las reediciones de su obra invitan a recuperar la figura del escritor húngaro Arthur Koestler, que vivió el desastre en primera persona

Koestler, durante una expedición al Ártico que cubrió en 1931.
Pablo Bujalance Málaga

06 de noviembre 2016 - 05:00

Con bastantes más sombras que luces, Málaga conmemorará el próximo mes de febrero el 80 aniversario de la huida de la carretera de Almería en plena Guerra Civil, seguramente el suceso más negro de su Historia. El empeño dirigido en los últimos años a poner coto al olvido respecto al desastre no han sido pocos, con publicaciones, exposiciones e investigaciones orquestadas contra el adormecimiento de las conciencias; pero en lo que al estudio historiográfico puro y duro se refiere, más allá del fervor memorialístico, el trabajo que queda por hacer es todavía descomunal, tanto como para descartar la posibilidad de que el relato pueda llegar a narrarse en su plenitud algún día: el año pasado, el estudio recogido en el volumen 1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación (Editorial Aristipi), de los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes, elevaba a 300.000 el número de refugiados que participaron bajo las bombas sublevadas y las italianas en el atroz éxodo, una cifra notablemente superior a las barajadas hasta entonces (y que incluye tanto a quienes salieron de la capital malagueña como a quienes se incorporaron posteriormente a lo largo del trayecto). Habitualmente se vincula este desconocimiento interno a cierto silenciamiento internacional de la tragedia: a pesar de constituir uno de los horrores más sangrientos de la Guerra Civil, se acepta que la resonancia del mismo fue escasa, cuando no prácticamente nula, fuera de España (lo que explicaría, para consuelo de algunos, que Picasso se fijara en Guernica y no en su ciudad natal para plasmar su contundente denuncia pictórica). Sin embargo, este tópico merece ser, cuanto menos, relativizado: el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, por ejemplo, conoció lo sucedido y reconstruyó los hechos en su obra Los fusiles de la señora Carrar, que se estrenó en París ya en octubre del mismo 1937. Y si no faltan lamentos respecto a la ausencia de prensa extranjera en Málaga en aquel fatídico febrero de 1937, la verdad es que sí hubo un testigo en el mismo centro del laberinto: el escritor y periodista húngaro Arthur Koestler (Budapest, 1905 - Londres, 1983), una figura esencial en el pensamiento del siglo XX, objeto en la actualidad de una renovada atención en España merced a la reciente reedición de sus obras y a quien Málaga debería tomar bastante más en cuenta, especialmente en la esfera pública, a la hora de hacer memoria de sus peores demonios.

Koestler, que en su adolescencia había compartido el credo de la revolución comunista impulsada en Hungría por Béla Kun, y que durante muchos años se consideró a sí mismo un "comunista romántico", ganó definitivamente su posteridad con la publicación en 1941 de su novela El cero y el infinito, considerada la más contundente denuncia de las purgas que Stalin llevó al extremo en la URSS. El autor, que viajó a Moscú en 1934 con el objetivo de conocer a fondo el sistema soviético, narra en este libro (que no hace mención expresa a la URSS) la historia de un miembro de la vieja guardia de la Revolución de 1917, acusado arbitrariamente de traición, encarcelado y condenado a muerte. Por primera vez un escritor adaptaba los moldes kafkianos a la realidad periodística con acierto y determinación: la aparición de El cero y el infinito durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo entero miraba ya a la URSS como solución necesaria contra el ascenso del nazismo, muy a pesar del pacto germano-soviético de 1939, significó en gran medida un estremecimiento y un doloroso despertar por el que Koestler dibujó con un voraz apego a la verdad el futuro inmediato del planeta y la identidad real de las alternativas. La lectura de El cero y el infinito, cruda y sin tapujos, alumbró a las sucesivas generaciones, mientras que la aparición póstuma de las Memorias del escritor en 2011 contribuyó a recuperar la figura de Koestler como necesario referente ético y filosófico. También fue así en España, donde hace sólo unos meses la editorial Página Indómita recuperó En busca de la utopía, compendio de novelas, relatos memorialísticos y ensayos políticos considerado el testamento intelectual del autor (y que en realidad presenta sólo una primera parte del mismo, que tendrá continuación en próximas entregas).

Durante 1936, Koestler cubrió la Guerra Civil Española (llegó a entrevistar a Queipo de Llano en Sevilla) como corresponsal del diario inglés News Chronicle. A comienzos de 1937 publicó el libro Testamento español, en el que recogió sus experiencias de manera más reflexiva. Pero ya en enero del mismo año fue enviado de nuevo a España, primero a Valencia y después a Málaga, a donde llegó el día 28 del mismo mes. Aquella jornada anotó en su diario una descripción altamente ilustrativa: "Una ciudad después del terremoto. Oscuridad, calles enteras en ruinas; las aceras desiertas, llenas de cartuchos y un cierto hedor que conocía de Madrid; un polvo de tiza suspendido en el aire mezclado con olor a pólvora y ¿será mi imaginación? El penetrante olor a carne humana quemada. Madrid después de los bombardeos parecía un lugar de veraneo comparada con esta ciudad agonizante". Refugiado en la casa del biólogo Peter Chalmers-Mitchell, el único ciudadano inglés que quedaba en Málaga, Koestler comprendió que los acontecimientos hacia la definitiva caída de Málaga empezaban a precipitarse y que él era el único observador presente para contarlo. Por razones que ni el mismo Koestler llegó a explicar, más allá de su desmedido interés por contemplar la resolución final, y aun siendo consciente del riesgo que corría, el periodista decidió quedarse en Málaga. Posteriormente se refirió a sí mismo a cuenta de esta decisión como "el último mohicano de la prensa", pero la noche del 4 de febrero esperaba la llegada de los nacionales en la casa de Chalmers-Mitchell en posesión, al igual que su anfitrión, de una jeringuilla con morfina para garantizarse un final rápido si era preciso. Koestler, que había escrito sobre el pánico de la población que derivó a la huida hacia Almería, fue detenido e inmediatamente condenado a muerte: su condición de testigo no le dejaba otra opción. En sus diarios narró también cómo, la primera noche que pasó en el calabozo, al solicitar una pluma y papel para escribir recibió esta respuesta: "No vas a necesitar nada de eso en el cielo". Pocos días después fue trasladado a Sevilla, donde habría de ser ejecutado. Pero el News Chronicle promovió una campaña internacional para su liberación. Finalmente, Koestler fue canjeado en la frontera con Gibraltar por la mujer del aviador Carlos Haya, que había sido apresada por la República. Nunca regresó a España. Tras sobrevivir en campo de concentración nazi en Francia y retirarse definitivamente a Inglaterra, se quitó la vida con 77 años junto a su esposa con una sobredosis de barbitúricos, arrasado ya su organismo por la leucemia y el parkinson. Queda la voz, intacta, del testigo.

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