El 'topos' poético de Castañeda
ALMORZAR en casa de una amiga geógrafa y quedarse observando un mapamundi en su cuarto propio -cuando no un globo terráqueo, expuesto en el salón; "obsoleto", advierte la anfitriona- recuerda, con insistencia, la necesidad de saber exactamente dónde nos encontramos, al sur de un norte abundante, edénico para el refugiado, en el que hay que soportar a quienes eluden la conversación para mostrar una verborrea egomaníaca, como si el mundo les debiera una atención extra. Qué cansancio, y qué nimiedad. Qué alegría, en cambio, volver la vista hacia el lugar que da cobijo y refugio, aunque únicamente sea en forma de metro cuadrado. Induce a pensar en los trazos invisibles que marcan el recorrido habitacional de la persona que va mudando, voluntaria o involutariamente, de sitio. Una cartografía que es arte geográfico: del que artistas como Natalia Castañeda (Manizales, 1982) parten para crear topografías del suelo y el subsuelo, extrayendo la poesía de los cuatro elementos, tirando del recurso de lo anecdótico para oscilar entre la figuración y la abstracción… y elaborar de esta manera una propuesta que hasta el 24 de enero próximo se expone en la galería Isabel Hurley (Paseo de Reding, 39). Piedras de otros lados es una exposición que establece una relación, gracias a la mezcla de disciplinas, entre la bidimensionalidad pictórica y la tridimensionalidad objetual; y que no se casa con ninguna -disciplina- en concreto, puesto que se compone de dibujos, pinturas, porcelanas, fotografías, amén de una naturaleza muerta que no es más que un ramo de rosas confundido con el lienzo que lo representa. De hecho, así se llama la obra: Naturaleza muerta (2015).
Combatiendo la estridencia lumínica de los días navideños -cuando la luz artificial deslumbra, tontorrona, los espacios públicos, o sale despedida de los hogares-, resulta reconfortante desviar la mirada hacia una exposición como la de esta artista colombiana. Supone detenerse al borde del oleaje que, a ras de suelo prácticamente, va y viene, como la gente en las vidas de cualquiera, o en esos zapatos que salen al encuentro de su imagen pintada. Supone contemplar, a continuación, dos grandes dibujos realizados el año pasado (Cielo y Tierra, con guiño malacitano incluido), donde una dicotomía lleva a la otra (masculino y femenino). Otra serie dibujada acierta a clausurar el camino pétreo de la muestra: en este caso, centrada en sus piedras errantes. Aparecidas, junto con otros restos marinos, en las manos de la abuela de la artista, en la que es una de las pocas fotografías de la exposición (las otras se corresponden con la serie Ficciones, de 2013; en ellas, Castañeda interviene las instantáneas con pinceladas que restan realismo a las imágenes captadas).
Una galería de lienzos de menor tamaño se sitúa en la pared central, a modo de pentagrama plástico, recogiendo un paisajismo engañoso con títulos tan sugerentes como Tu mirada fija de ayer -ese ojo cruzado por una lágrima, tal vez-, La tierra aún nos cubre o Nos volvimos a encontrar (todos de 2015). Telurismo y quietud, a lo Rothko, conforman uno de los pasajes más interesantes de la exposición. Además de las preciosas cerámicas de la serie Piedras errantes (2014), que insiste de nuevo en el diálogo y la connivencia con la naturaleza y sus formas vegetales, animales (ese Cóndor que parece emprender el vuelo), minerales, humanas incluso. O en lo contrario: la disensión con ésta, simbolizada en piezas que representan nuestras huellas ecológicas, en montículos de cerámicas agrupadas por la creadora para construir un relato distinto al que representa cada una en solitario.
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