En lo vacío del espacio

Pablo Bujalance

11 de mayo 2014 - 05:00

Teatro Echegaray. Fecha: 9 de mayo. Compañía: Teatro de la Orilla. Dirección: Mel Rocher. Adaptación y dramaturgia: Lalo Mora, a partir de la tragedia de William Shakespeare. Reparto: Mel Rocher y Antonio Zafra. Intérpretes en lenguaje de signos: Caty Fernández y Luisa Aguilar. Aforo: 50 personas.

Un círculo de arena, una estructura metálica vertical con ruedas y dos actores. Esto le basta a Mel Rocher para montar Hamlet en una hora justa con la versión de Lalo Mora. La propuesta, representada con éxito durante meses en la Sala Maynake y ahora vertida al Echegaray, sigue así con admiradora fidelidad las directrices de Peter Brook a la hora de meterle mano a Shakespeare. Y, por más que el espectáculo apele a lo que el espectador sabe (o cree saber) sobre Hamlet a la hora de establecer sus elipsis (ya iba siendo hora de que se le perdiera el miedo a estas cosas), lo cierto es que la estética acuñada por el maestro surte aquí sus deseados efectos: los elementos, muy especialmente los verbales, cobran nuevos significados no sólo porque sean amplificados, sino porque son singularmente (re)contextualizados. La impresión que destila la obra es cercana a lo religioso, algo a lo que ayuda mucho su disposición circular: lo que el espacio vacío pregona aquí es una inclinación casi inevitable a la conexión con el padre en una consideración de eternidad. La superación de la orfandad por la que el príncipe prende fuego a su razón se convierte en una práctica litúrgica. El hueco es, por tanto, el cordón umbilical que vincula al hombre con el dios; pero no es un lazo que consuele, sino que (y he aquí la gran lección de Hamlet) martiriza hasta convertir el deseo en tortura.

En su aspecto formal, este Paseo por Hamlet se beneficia del contraste interpretativo que ofrecen sus actores: Mel Rocher encarna al príncipe con su limpieza clásica, su depuración escrupulosa y la claridad de su gesto. Antonio Zafra pone cuerpo, voz y alma al resto de personajes con una capacidad tremenda de decir mucho con muy poco, ayudado a veces con recursos efímeros (proverbial su construcción del espectro con la linterna) y virtuoso en la resolución de la metamorfosis con apenas un par de pases (sí, en esto los buenos actores se parecen a los buenos toreros). Toda una confluencia de talento, en fin, para que el teatro siga valiendo la pena.

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