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Un verano en Cornualles, una idea genial

El Jardín de los Monos

Nani y yo teníamos que plantearnos donde enviar a nuestras hijas, Mónica de 17 y Beatriz de 14, a hacer sus correspondientes cursos veraniegos de inglés en el Reino Unido

Tres mujeres del Renacimiento

Alineamientos de Le Mènec. Carnac. / M. G.

Todo comenzó meses antes de aquel agosto de 1990. Nani y yo teníamos que plantearnos donde enviar a nuestras hijas, Mónica de 17 y Beatriz de 14, a hacer sus correspondientes cursos veraniegos de inglés en el Reino Unido. Siempre había sido un problema. El primer año que enviamos a Mónica, volvió hablando catalán. El segundo año fue peor, la mayoría de sus compañeros eran de Bilbao y volvió diciendo ¡Ostia!, cada vez que hablaba. Acabamos sospechando que, las enviásemos donde quiera que fuese, estarían junto a niños españoles y poco o nada avanzarían con su inglés, lo que nos suponía hacer un gasto inútil. Tras varios años con el mismo resultado, por fin el verano del 89, Mónica tuvo una buena experiencia. Nuestra amiga malagueña Merche, a la que recordaremos con frecuencia en este relato, que vivía en Cornualles, nos recomendó un colegio en Penzance en el que solo se permitía a los alumnos hablar en inglés. Y allí estuvo, muy contenta y con resultados muy satisfactorios en cuanto a su aprendizaje del idioma. Así que nos planteamos enviar a ese colegio a las dos. Pero se nos planteaba otro problema, el colegio era bastante caro y tal esfuerzo económico hacía peligrar nuestras vacaciones. Fue entonces cuando tuvimos una idea genial.

Nuestros compadres valencianos Paco y Cari, que tienen dos hijas, Carichu y Patricia, de edades similares a la de nuestras hijas, además de un hijo, Franc, entonces con 9 años, tenían el mismo problema, así que les propusimos nuestra genial idea: Alquilar una casa en Cornualles, que pagaríamos a medias, y matricular a los niños en el colegio donde había estado Mónica el año anterior. Así nosotros tendríamos nuestras vacaciones conociendo las tierras del Rey Arturo y las niñas tendrían sus clases de inglés, con solo una condición, que ellas, también fuera del colegio, solo hablasen el idioma de Shakespeare.

La comadre Cari, que en nada se parece a ninguna de las alegres comadres de Windsor, nos dijo que tenía que pensárselo. Y se lo pensó. Se lo pensó el tiempo necesario para decir: ¡De acuerdo! Era lógico teniendo en cuenta que, además de la ventaja económica, hacía diez años que no pasábamos unas vacaciones juntos. Pues dicho y hecho. De inmediato nos pusimos a preparar nuestro verano en el condado de Cornualles.

Lo primero que hicimos fue ponernos en contacto con el colegio de Penzance, cuyo dueño y director se llamaba Mr. Tarbet. El mister era soltero, estaba dedicado por entero a la enseñanza del idioma inglés a niños extranjeros y vivía en el mismo colegio con su madre, Mrs. Tarbet. Era ésta una señora de educación y vocación victoriana, que tomaba el té todas las tardes con las alumnas, cogiendo la taza con el meñique levantado y hablando en un inglés que envidiaría el mismísimo Shakespeare. Conseguimos reservar plaza en el colegio para todos, incluido Fran, aunque a éste le acogió con ciertas reservas por la edad. Una vez hecho esto, contactamos con nuestra querida Merche (de la que sabíamos que, de los asuntos de Cornualles, estaba más enterada que la Gaceta oficial del condado) para que nos buscase una casa para alquilar el mes de agosto. Una casa que tuviese capacidad para alojar a los nueve que íbamos, o sea, los dos matrimonios, cuatro jovencitas y el niño. Sabíamos que no le iba a ser fácil la encomienda, pero estábamos seguro de que si había alguien capaz de conseguirlo, esa ere Merche.

Lo siguiente fue preparar la estrategia del desplazamiento de la tropa. Tropa que se había incrementado con una sobrina de Merche que venía a pasar las vacaciones con ella. Habíamos de recorrer en dos coches la friolera de 1.790 Km, incluida la travesía del Canal de la Mancha. Decidimos reunirnos en Valencia y salir juntos desde allí. Para las noches del camino decidimos llevar dos tiendas de campaña y dormir en camping. La ruta elegida fue la siguiente: Primera etapa de 600 Km, Valencia – San Juan de Luz (por Zaragoza y Pamplona). Segunda etapa de 720 Km: San Juan de Luz – Sant-Nazaire (por Burdeos y Nantes). Tercera etapa, 351 Km por autovía hasta el puerto de Roscoff, pasando por Carnac donde nos encontramos con un yacimiento megalítico único en el mundo. El yacimiento contiene un conjunto de alineamientos megalíticos y es el monumento prehistórico del Neolítico más extenso del mundo. Data de entre los milenios V y III a.C. En Roscoff embarcamos con destino a Plymouth, 105 millas náuticas de travesía que hicimos por la noche, durmiendo (cada uno como pudo) en el barco. Y la última etapa de 138 Km que nos llevó desde Plymouth a Carnyorth, pueblo donde vivía Merche y en el que íbamos a alquilar la casa. Bien, eso fue lo que planeamos y eso fue lo que hicimos. Pero volvamos al comienzo. 

Nos reunimos en Valencia para la partida, allí dormimos la noche del 29 de julio y, para celebrar la partida y el comienzo de nuestras vacaciones, los padres de Cari, Vicente y Caridad, nos prepararon una opípara y pantagruélica cena. Fue tan exagerada que, entre bromas y eructos, acabamos bautizando a nuestra expedición como la “Arcada Invisible”. Vicente, con ánimo de ayudar a paliar la indigestión, nos ofreció un desconocido licor alemán que le habían regalado con fama de ser muy digestivo, llenó unas copas, una para mi compadre Paco, otra para mí y, una tercera, para él. Brindamos por el viaje. Dimos un trago y… ¡Aquello sabía a demonios! Tal fue así que le pregunté:

− Vicente ¿No te habrás confundido de botella y nos has llenado la copa con tú crecepelo? Bueno, entre chuflas y befas, terminamos bautizando al licor en cuestión como “crecepeleñac”. Dicho licor no es otro que el Jägermeister (Maestro cazador), más que famoso y puesto de moda después. Este licor, durante años, lo tomé en las sobremesas con el maestro Manuel Alcántara, ya que él se aficionó tanto a tomarlo que nunca le vi cambiarlo por otro.

Llegados a Carnyorth, un pueblecito muy pequeño al borde de los famosos acantilados de Cornualles, Merche nos llevó a la casa del que, según nos dijo, era el maestro de escuela y arrendador de la casa que íbamos a ocupar durante todo el mes de agosto. Merche nos puso al corriente sobre nuestro casero, Mr. Pearson. Era éste un personaje singular, casado en segundas nupcias, de confesión budista, que había decidido alquilar la casa para, con el dinero del alquiler, irse de viaje por Marruecos. Yo pensé, al conocerle, que volvería de Marruecos mirando a la Meca y habiendo cambiado a Buda por Alá. Un chalado así nunca sabe lo que quiere. El trato se había cerrado, lo cerró Merche por encargo nuestro, en 900 £ el mes de agosto completo. En su casa que sería la nuestra, cuando nos la enseñó, eligió una sala que él llamaba “salita TV” para efectuar la transacción, entrega de llaves y pago del alquiler. La casa, como todas las casas inglesas, tenía los suelos alfombrados de mugre. Pues bien, cuando le entregamos las 900 £ se arrodilló en la alfombra, ante nuestro estupor, y se puso a contar el dinero haciendo montoncitos de billetes. Hizo 9 montoncitos de cien libras y no exagero un ápice si digo, por vago que sea mi recuerdo, que los contó y recontó más de cinco veces. Cuando ya se quedó satisfecho se despidió deseándonos unas buenas vacaciones, a lo que le correspondimos despidiéndole con unos goodbye, goodbye. Y, cuando ya salía por la puerta, se volvió, entró al salón… ¡y se llevó el teléfono que en él había! Que, dicho sea de paso, era el único que había en la casa, o sea, que nos dejó incomunicados, el muy rata.

Con todo y con eso, se fue a ver a Merche y le dijo que sus amigos, esto es nosotros, le habíamos engañado, que le habíamos dado menos dinero del debido. Merche le preguntó cuánto había recibido, novecientas libras −contestó él−, pues esas son las que tú firmaste y le sacó el papel donde estaba firmado el acuerdo ¡Menudo pájaro estaba hecho el británico lama de Carnyorth!

Así comenzó nuestra aventura en Cornualles. Una aventura que nos salió económicamente fenomenal porque ese año la libra se había depreciado mucho respecto de la peseta, creo recordar que de estar el cambio en 220 Pts / £ en 1985, pasó a 180 Pts / £ en 1990. Fue la única vez que me sentí rico en Inglaterra.

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