Un verano en Cornualles XIV: Plymouth

El Jardín de los Monos

Encajonado entre las desembocaduras de los ríos Plym y Tamar, Plymputh Sound es uno de los puertos más inexpugnables del mundo

The Hoe, Plymouth.

Estábamos ya en la última semana de nuestras vacaciones en Cornualles. Carichu, Mónica, Beatriz y Patricia, según nos informó el director del colegio, Mr. Tarbet, habían hecho progresos notables en sus conocimientos del inglés y, sobre todo, en la soltura del idioma conversado. Los dos días anteriores a emprender el regreso, los tenían libres una vez que el curso había finalizado, por lo que decidimos aprovecharlos para visitar Plymouth y Exeter, dos grandes ciudades que, aunque no pertenecían al condado de Cornualles, nos cogían bastante cerca y no queríamos desaprovechar la ocasión de conocerlas.

En abril de 1587, sin previa declaración de guerra por parte de Inglaterra, una flota comandada por el corsario inglés Francis Drake, destruyó más del 80% de la Armada española amarrada en el puerto de Cádiz. En respuesta, un año después, Felipe II envió a la Armada Invencible con la intención (que ya tenía desde antes del ataque de Cádiz) de invadir Inglaterra. Aquel día de 1588 amaneció nuboso pero nítido. Sir Francis Drake, el Draco, como le llamaban en España, jugaba a los bolos en los jardines de The Hoe cuando apareció en el horizonte una gran mancha negra flotante que se aproximaba al puerto. Le apremiaron para que interviniese ante la amenaza, pero el corsario, sin inmu-tarse, respondió: “Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los espa-ñoles”. Y, ya se sabe, ocurrió lo que ocurrió, el desastre con la Grande y Felicísima Ar-mada, al que contribuyó una inesperada tormenta ciclónica. Bueno todo esto no es más que el cuento que se han inventado los ingleses que para eso son los mejores del mundo fantaseando. Pero esta leyenda no es la única por la que se conoce a la fascinante ciudad de Plymouth. Hay otra que nace con la partida del Mayflower rumbo a Virginia en agosto de 1620, siendo que, tras dos meses de tormentosas vicisitudes, arribaron a un lugar que bautizaron como Colonia Plymouth, hoy ciudad del estado de Massachusetts . Eso ocurría el 26 de noviembre del mismo año. Este hecho, con una connotación refe-rente a la primera cosecha que obtuvieron aquellos colonos en el Nuevo Mundo, se ce-lebra en los Estados Unidos, todos los años, comiendo un pavo asado, el último jueves del mes de noviembre. Es conocido como el “Día de Acción de Gracias”.

Nosotros desembarcamos en la Plymouth del condado inglés de Devon justo en la gran explanada donde El Draco jugaba a los bolos, en The Hoe. Es un balcón al Canal de la Mancha con una magnífica panorámica de la bahía y la isla de Drake. En la inmensa plaza ajardinada se encuentran unos monumentos dedicados a la Marina de Guerra in-glesa y una estatua del corsario Sir Francis Drake. Es también impactante la vista que desde allí se tiene del puerto natural (Plymouth Sound). Encajonado entre las desembo-caduras de los ríos Plym y Tamar, es uno de los puertos más inexpugnables del mundo. En The Hoel, “the four young girls and the boy, Franc”, fliparon con la fascinante inter-pretación de mi compadre Paco en el papel de Drake jugando a los bolos mientras les explicaba lo ocurrido con la Armada Invencible.

La principal avenida de la ciudad es la Royal Parade que, junto a la ajardinada y arbolada avenida Armada Way, que desemboca en The Hoes, conforman el centro de la ciudad. Entre ellas se encuentra una iglesia gótica con una preciosa torre cónica sin techo, derruido en la Segunda Guerra Mundial, y la iglesia de St. Andrew del siglo XV, con una torre cuadrangular. Está toda ella reconstruida por los graves daños que también sufrió con los bombardeos alemanes. No lejos, al borde de la costa, nos encontramos con la ciudadela (Royal Citadel). Una fortaleza del siglo XVII dotada de potentes bastio-nes y una preciosa puerta de entrada. Se puede pasear por las murallas y visitar una capilla, cosas que no hicimos. Fundamentalmente porque, según nos dijeron, por moti-vos de seguridad había que identificarse y estaban prohibidas las fotos. Así que nos fuimos a la zona más bonita y espectacular de Plymouth que es, sin duda, el Barbican. Este barrio típico de pescadores, se extiende a lo largo de una de las orillas del puerto, y en él se pueden contemplar numerosas casas antiguas, encontrar magníficos restau-rantes y cantidad de establecimientos de anticuarios. En pleno barrio se encuentran los restos de un castillo del siglo XIV (Castle Quadrant) que mandó construir el rey Enrique IV. El historiador inglés John Leland, en 1540, lo describe como: “un castillo cuadrado, con una gran torre redonda en cada esquina”, que es una concisa y concreta descripción que nos hace ver el castillo sin tener que ir a Plymouth. Realmente, con lo que queda de él, si no es por Leland, nada nos induciría a pensar que ello fuese un castillo cuadrado (como su propio nombre indica).

Desde el muelle, tomamos la calle Nueva (New Street) donde pudimos visitar, previo pago, claro está, una casa isabelina (Elizabethan House) del siglo XVI, que con-serva todo el mobiliario de época. Y paseando, llegamos a la antigua aduana del siglo XVI (Old Custom House). La casa aduana, con sus almacenes aduaneros, fue construida en 1820 y tiene una fachada, cuando menos, que llama la atención, pero nuestra sor-presa fue que ha sido convertida en un establecimiento donde se hacen eventos y en el que hay un restaurante y un precioso bar en sus sótanos. Está considerado como uno de los lugares más bonitos y encantadores de Plymouth. Muy cerca encontramos un restaurante que resultó ser magnífico. Tomamos (solo los mayores. Ya saben el dicho: cuando seas padre comerás ostras) unas oysters de entrada y de segundo plato un ro-daballo al horno con verduras al vino blanco y za’atar (baked turbot with vegetables in white wine and za’atar), o sea, un menú exquisito, regado con un vino blanco neozelan-dés pasable. Las jovencitas y Franc se inclinaron por las hamburguesas con patatas. Por cierto, que allí supe que el za’atar es una mezcla de especias típicas de la comida árabe.

Después de comer decidimos tomarnos la tarde con tranquilidad y, para hacer la digestión, nos fuimos a visitar el Museum and Art Gallery que, en la planta baja, a la derecha, tiene salas dedicadas a la historia natural y, a la izquierda está lo que se llama el Cottonian Museum dedicado al arte antiguo y a la cerámica. La colección de estas últimas es verdaderamente impresionante. Cerámicas que abarcan desde la prehistoria hasta la actualidad: griegas, romanas, chinas, de Plymouth, Bristol o Chelsea. También cuenta con una magnífica colección de arte, con pinturas de Rembrandt, Rubens, van Dick, Tiépolo, Ticiano, Leonardo, Caravaggio, Brueghel o Holbein el Joven. En la planta primera del museo el gran atractivo (y el único para mi) es la exhibición de la Drake Cup que es una copa de plata que le regaló sir Francis Drake a la reina Isabel I. Una nota explicativa indicaba que la copa pertenecía a la escuela de Zurich; importante informa-ción para los que desconocíamos que en Zurich había una escuela de copas.

Nadie que vaya a Plymouth puede abandonar el barrio de Barbican sin visitar el monasterio-destilería Black Friars, en la que se fabrica la única ginebra del mundo cuya marca tiene denominación de origen: la Plymouth Gin. Y nadie puede dejar de visitarla porque, además, en ella está el mejor bar de copas de la ciudad y de medio mundo que bebe Plymouth Gin. El otro medio bebe Larios y en Málaga. El monasterio de Black Friars comenzó a destilar ginebra allá por 1793, aunque se cuenta que los emigrantes del Mayflower, que pernoctaron una noche en el monasterio, antes de zarpar, se llevaron ginebra a América (yo creo que, si se llevaron alguna, fue la que se llevaron puesta).

Con un gin-tonic de Plymouth Gin en el bar de la destilería, leímos que se fabrican tres variedades: La Navy Strenght, que fue la bebida oficial de la Armada inglesa, tiene 57 grados y la usaban los marineros como alcohol para sanar las heridas; la clásica que es la más bebida del mundo, tiene 41 grados y ahora es de Pernod-Ricard; y la Sloe Gin que se hace de endrinas y es muy suave y dulzona; tiene entre 15 y 30 grados. Menos mal que los gin-tonic nos los hicieron con la clásica.

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