El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Artes escénicas
En Flop, una de las últimas creaciones del coreógrafo cordobés y Premio Nacional de Danza Antonio Ruz, dos bailarines, David Vilariño y Gaizka Morales, se acercan el uno al otro en busca de ternura, se separan abruptamente con un súbito recelo. Todo hombre, sugiere la pieza, emprende en el manejo de sus afectos el viaje errático de una polilla al fuego o a una lámpara: su necesidad de luz implica el peligro de quemarse, el tacto también provoca descargas eléctricas. A través de esos dos cuerpos que se atraen y se repelen, gracias a los caprichosos campos magnéticos del deseo, Ruz reivindica “la poesía que subyace en la imperfección de las relaciones humanas”. El espectador percibe en esos intérpretes, en sus abrazos resbaladizos, sus caídas y el afán por levantarse un reflejo de sus propios sentimientos, la extrañeza, la ilusión y el desengaño que tantas veces ha sentido en su intimidad con otra persona.
Desde hace un tiempo el público del festival Vildanza, donde se presentó Flop el pasado jueves, sabe que la danza contemporánea no es esa disciplina abstracta e impenetrable con la que a veces se asocia, sino una suerte de escaparate en cuyo cristal se proyecta la vida, un patrimonio común en el que los bailarines escriben con su movimiento una historia que nos concierne a todos. Que los habitantes de Vilches, una población de unos 4.200 habitantes ubicada en el norte de Jaén, en un paisaje idílico rodeado de olivos, pantanos y la majestuosa orografía de Sierra Morena, se hayan familiarizado con los códigos del baile más actual se debe al tesón de dos soñadores, el vilcheño Mario Bermúdez y la norteamericana Catherine Coury, que tras labrarse sólidas carreras en Nueva York e Israel decidieron instalarse en España, en Vilches, y, además de crear su propia compañía, Marcat Dance, idearon un festival que arrancó hace cuatro años en este enclave único.
Con Vildanza, Coury y Bermúdez querían compartir con sus paisanos el deslumbramiento ante lo que hacían y la admiración por otros compañeros de oficio. Coury halló en la danza, desde temprano, una forma de explicarse a sí misma y a los otros, gracias a la influencia de un tío materno, bailarín y formado en la prestigiosa escuela Juilliard, y a la conmoción que le supuso asistir a una producción del Alvin Ailey American Dance Theater en la Ópera de Detroit. “Los bailarines eran mis superhéroes”, contaba a la periodista Mercedes L. Caballero el sábado en una charla englobada dentro del ciclo La duda metódica, organizada por el Instituto Andaluz de las Artes Escénicas y la Música, y en la que Caballero presentó su libro 10 mujeres que pusieron a bailar al mundo, editado por Espacio Punto de Fuga. El destino quiso que Coury, reconocida con el Premio Escenarios de Sevilla, el Lorca o el galardón de la PAD, pudiese emular a sus referentes, y a lo largo de su trayectoria ha bailado en escenarios y citas como el Lincoln Center de Nueva York, el Art Basel de Miami o el Festival de Danse de Cannes.
Bermúdez, mientras, encontró la vocación por casualidad, después de que una lesión frustrara su interés en el atletismo y unos y otros le sugirieran por su destreza en el movimiento que tenía que bailar. “Yo conocía algo de danza urbana y poco más”, admite el ganador del Premio Max, el Premio Talía y El Ojo Crítico de RNE, cuyos padres acogieron en un principio con prudencia la decisión de su hijo de matricularse en el Centro Andaluz de Danza y hoy acuden orgullosos a los estrenos de su hijo en el Festival de Itálica, donde Marcat Dance presentó Averno, o a las sesiones de Vildanza que otorgan un nuevo brío al pueblo de Vilches cada comienzo de verano.
En esta cuarta edición del festival, programado cada tarde ante la fabulosa puesta de sol en el Mirador de la Esperanza, en el que una placa colocada en unas gradas recién inauguradas recordará la labor que Marcat Dance lleva a cabo por su comunidad, el público volvió a comprobar ese don infalible de la danza para despertar emociones en el auditorio. Entre otros, el siciliano Giovanni Insaudo, ayudado por el virtuosismo de la bailarina Sandra Salietti, abordaba en dos piezas la metamorfosis del proceso creativo o la vulnerabilidad de los intérpretes tras una función, en el momento de los aplausos; el ruso Ildar Tagirov acusaba en su cuerpo el impacto que le provoca la música de Diamanda Galás mientras Laura Morales y Álvaro García Copado se marcaban un irresistible homenaje a Dirty Dancing o la Premio Nacional de Danza Melania Olcina mantenía un emocionante y hondo diálogo con el trombón de Jorge Moreno. El equipo de Marcat Dance, también sus componentes Marilisa Gallicchio y Alessia Sinato, ofreció varias piezas siempre recibidas con entusiasmo. Quizás rebatían un temor expresado por los andaluces Colectivo Premohs en su espectáculo, que se preguntaban “por qué mi tierra parece siempre un trampolín a otro sitio”. Coury, Bermúdez y sus aliados confirman que se puede apostar desde el sur por los sueños, y crear belleza, sin el peaje de renunciar a las raíces.
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