Me estoy viviendo de la risa
Una figura irrepetible - tintaconlimón
"Uno que se muere un lunes y dice: ojú, compadre, qué malamente he empezado la semana"
Qué cosas. Al conocer el fallecimiento de Don Gregorio, lo primero que se me vino a la cabeza fue un chiste suyo; uno que se muere un lunes y dice: "Ojú, compadre, qué malamente he empezado la semana". La suya ha ocurrido en fin de semana, pero la esencia queda intacta. Recordar a Chiquito pasa, indisolublemente, por sonreír.
Uno de los rasgos más distintivos de la madurez es la gestión de la muerte a nuestro alrededor. Cada cual abraza sus propios flotadores para superarla. A estas alturas, un servidor opta por la proyección de la personalidad perdida en las personas, lugares y objetos que se le asocian; es la única manera de ser legendario. Y Chiquito ya lo es, pero merece serlo durante por siempre jamás. Lo que más me gustó del discurso de quien me casó, Pablo Bujalance -le agradezco enormemente ello y que de vez en cuando me deje colarme por esta su sección-, fueron más o menos estas palabras: "Ellos han contraído el compromiso de quererse. Pero todos los que estamos aquí tenemos la obligación diaria de ayudarles a que se quieran". Me encantó. Y con Chiquito creo que estamos obligados a ese predicamento.
La suerte de su panegírico es que nos hemos pasado la vida dándole las gracias. Imitándole, aprendiendo sus palabras, sus piruetas guturales, esos escorzos mitad flamencos, mitad nipones, que le dejó su heterogéneo peregrinar por la vida. Los homenajes póstumos duelen porque siempre dejan el poso de no haber hecho lo que estaba en nuestra mano cuando la persona perdida se ha ido. Con nuestro ilustre malagueño, por suerte, no ha ocurrido. Pero ahora que no está, entre todos los que nos quedamos recae la responsabilidad de mantener su diccionario y su filosofía de vida bien vigentes. Bastará con que cada cual enseñe a hijos, sobrinos o nietos sus expresiones. Y practicar cada día un jarl, un torpedo o un tedacuén.
Claro que nos apena. Y cada cual que guarde el luto a su modo. Pero es menester pasarlo rápido y lograr que cada asociación a Chiquito vaya ligada a la risa. Esa fue su vida. Irónicamente. Porque él quería ser cantaor, habría cambiado casi todo por vivir ese sueño. Lo fue a ratos, sin la gloria anhelada. Pero la vida le recompensó con un sentido del humor único, una irrepetible forma de vida que tiene los principales rasgos de un idioma: palabras propias, el sufijo comodín rl para convertir cualquiera ajena a su lenguaje, la facilidad para ser compartido socialmente y un catálogo de ruiditos y gestos que cualquier podría aprender con la mera observación y práctica. Era tan perfecto su idioma que hasta nos hace gracia ese familiar o amigo malajeque imita sin suerte a Chiquito, porque incluso la mala praxis del chiquistaní es de por sí hilarante.
Señores de la RAE: después de aberraciones como amigovio, almóndiga, toballa o quitarle la tilde al solo, cuanto menos siéntanse en la obligación moral de pensar si alguno de los palabros -palabra que, por cierto, también recoge el diccionario- de Don Gregorio merecen alguna deferencia. Si no incorporarlo por siempre, al menos sí simbólicamente, o permitir alguna licencia ligada a la esencia del personaje. Si el uso del idioma va modelando (o erosionando) nuestro DLE, quien ha jugado con él de manera tan cariñosa y nos ha puesto a todos los españoles de acuerdo en algo merece ese respeto.
Chiquito llegó tarde a la fama y se marchó antes de morirse. Concretamente, hace casi seis años, cuando Pepita lo dejó solo en ese mundo. La llama se fue apagando hasta que su cuerpo terminó de obedecerle. Ese reencuentro ahora le hará feliz. No concibo recordarle de otra manera que no sea así. Si alguien se quiere poner de luto, que coja una camisa negra, pero de esas moteadas tan horteras que él lucía en las galas televisivas. ¿Se imaginan qué mensaje nos trasladaría Chiquito si durante tres minutos pudiera aparecerse para darnos las directrices de su legado? Sí, yo también me estoy viviendo de la risa de pensarlo. Descanse en Peich, pecador de la pradera.
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