Resistencia
Zona de confort | Crítica
La nueva antología de artículos de José Antonio Montano recoge dos décadas de seguimiento de la actualidad política, abordadas con el humor y la lucidez asociados a su estilo
La ficha
Zona de confort. José Antonio Montano. Sr. Scott. Madrid, 2024. 384 páginas. 18 euros
Después de los brillantes artículos reunidos en Inspiración para leer (Jot Down Books, 2021), el tardío primer libro donde José Antonio Montano seleccionó un centenar de piezas sobre temas “literarios, culturales y vitales”, las que podían, precisaba él mismo, “funcionar como ensayitos”, esta segunda antología –entre ambas ha publicado el imprescindible Oficio pasajero (Sr. Scott, 2023), un diario de los años noventa– regala a sus incondicionales un nuevo festín que se centra ahora en su vertiente más política. En principio la actualidad, referida a las dos décadas (2004-2024) que abarcan los artículos recogidos en Zona de confort, es tema menos interesante o más perecedero, pero basta leer unas páginas –como saben los que lo frecuentan, Montano tiene algo adictivo– para ver que todas las cualidades del articulista, el buen humor, la levedad, la inteligencia, siguen presentes en un registro donde predominan las voces furiosas e hipertensas. Hay escritores que publican artículos y articulistas que escriben libros, pero diríamos que Montano, aunque renuente, es escritor a fuer de articulista o que el género, tan devaluado por los opinadores, se adecua como un guante a su manera de practicar y vivir la literatura.
Desde su conocida posición de “columnista de batín” –que no es la del reportero estrella ni la del sufrido e imprescindible periodista de redacción, sino la precarizada pero confortable de quien desde su casa habla de lo que quiere– y al tiempo que glosaba sus entusiasmos o dejaba constancia de sus desdenes en otros ámbitos, Montano ha llevado a cabo un impagable seguimiento de la vida pública que ahora, al leer o releer los 155 –¡número redondo!– artículos antologados, puede interpretarse como la crónica de una decadencia. No la suya, claro, sino la de la maltratada democracia española que comienza a torcerse cuando los llamados consensos del 78 pasan a ser cuestionados y renace –sin que lamentarlo implique añorar la etapa anterior o considerar que esta fuera perfecta– nuestra inveterada tradición guerracivilista. Cualquier lector puede disfrutar del ingenio y la afilada prosa de Montano, como disfrutamos de muchos otros sin estar siempre o en todo de acuerdo con sus juicios, pero la comunión será absoluta si participa de su forma, hoy minoritaria, de entender la socialdemocracia o se siente cercano a los valores de la izquierda de estirpe liberal, incompatibles con las distopías revolucionarias, los bucles nacionalistas y los populismos, de penoso ascendiente en la hora de las identidades.
Encontramos en Montano una defensa militante de cosas tan poco épicas como las libertades formales, la idea ilustrada de la tolerancia, la división de poderes o el Estado de derecho, pero esta defensa, tan necesaria, es indisociable de su talento para caricaturizar a los demagogos. Si en su anterior recopilación brillaba el lector con criterio y gusto propios, alérgico a las frases hechas y las ideas consabidas, aquí lo hace el analista, que se emplea con particular gracejo contra la impostura biempensante. La fina ironía de Montano y su deliciosa desinhibición, un humor entre inocente y gamberro que resulta especialmente regocijante en estos tiempos hipercorrectos, en los que la ligereza y el hedonismo actúan como bálsamos o lenitivos, le dan su tono peculiar a una escritura clara, condensada y precisa, capaz de alternar los tonos vulgares o coloquiales con un refinamiento ajeno a la superstición elitista. Ahora bien, entre las bromas se cuelan certezas muy serias, como el crimen contra la igualdad que supuso la destrucción del antiguo bachillerato o la insospechada persistencia del franquismo a través de los antifranquistas profesionales, dispuestos a recuperar la vigilancia moral y hasta la prensa del Movimiento.
La sumisión sectaria a los amados líderes, la fantochada separatista o el auge de los discursos impugnadores acogidos a lo que califica, con loable exactitud, de “indignación obediente”, son algunos de los asuntos que conspiran contra el “día a día civilizado” en el que el articulista no puede hacer otra cosa –bueno, sí, reírse de ellos– que manifestar un “educado desprecio” hacia los fanáticos de todos los colores. Hay otros muchos asuntos, no políticos, en este libro que previene contra retóricos y charlistas y defiende, en el fondo, una posición de resistencia, pero sin solemnidad, alejada del lenguaje estereotipado de los que comercian con los sentimientos y además nos perdonan la vida. El vitalismo de Montano, su incorregible propensión a disfrutar de los modestos placeres a su alcance, entre los que se encuentran –esto lo añadimos nosotros– todos los que merecen la pena, es la mejor medicina contra la desafección y el encabronamiento. Frente al oscurantismo y la insatisfacción mortificante, hay que reivindicar la virtud de la alegría.
El aprendiz al sol
Según confiesa en Oficio pasajero, Montano decidió ser escritor a edad muy temprana, pero se ha tomado su tiempo para estrenarse –para estrenar el ISBN– y entre tanto ha ejercido como bibliotecario, editor o guionista televisivo. De todo ello da cuenta su diario, donde recoge una década larga, la última del siglo pasado, que correspondería a la prehistoria del articulista, un tiempo como suspendido en el que Montano, perpetuo adolescente, prolonga todo lo que puede su estar sin estar en el mundo. En varios momentos se refiere a “esa extrañeza… de ir ya con tanto retraso”, una sensación melancólica que convive con momentos de exaltación en los que sobre todo la literatura –Nietzsche, Pessoa, Jünger, Cioran, Bernhard, Savater o Trías– pero también el ciclismo, la música brasileña, los amores efímeros o los paseos y las copas en compañía de los amigos, atenúan su natural indolencia. El Montano chispeante y bienhumorado aparece poco en este diario, que tiene la virtud de desvelar al hombre tras el personaje, no al veterano y reconocido columnista del presente sino al joven inquieto y procrastinador del que proviene, que toma como hermosa divisa –es también el título de un blog muy posterior y aún en activo– la expresión (l’apprenti dans le soleil) con la que Duchamp describió a su “ciclista ético”. Hay grandeza en su “vida pequeña” y entendemos que de ese desasosiego, como en el admirado autor lisboeta, nace la lucidez que ha convertido en admirable marca de estilo.
No hay comentarios