Tribuna Económica
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El papel de China en Ucrania se entiende por el dominio que busca en la economía y política internacional, pues la guerra no es deseable para China, a quien perjudica cualquier disrupción en los intercambios internacionales. Con casi un 2% sobre el producto bruto de superávit comercial, sólo es superada por Alemania (3,5%) Japón (3%) y Corea (2,7%), entre las grandes economías; la UE en conjunto es un 1,1%, y Estados Unidos e Inglaterra tienen déficit. El comercio exterior sigue haciendo más grande a China, y las importaciones tecnológicas le resultan indispensables en un mundo donde nadie avanza independientemente.
En su visita de hace un par semanas, el presidente Pedro Sánchez hizo una crítica durísima de la agresión cruel y aniquiladora de Rusia, y sostuvo que aceptar o no las condiciones de un acuerdo dependen de Ucrania como país soberano. Pero también mencionó el desorden que está causando en el comercio y los precios, sabiendo la sensibilidad de Xi Jinping a este asunto, y buena prueba es cómo China dio en la reunión relevancia a los acuerdos comerciales. Esos días el embajador de China ante la UE descubría lo que le duelen las restricciones de exportación hacia China relacionadas con los chips, diciendo que "nadie en su juicio abandonaría un mercado tan grande, y no es un enfoque razonable vincular las relaciones con China únicamente a la crisis ucraniana", añadiendo que "el legítimo interés de Rusia en su seguridad debe ser respetado".
Al presidente Xi Jinping no le interesa -no entiende ese lenguaje- la violación de derechos humanos, que se masacre a una población civil, y sin que haya habido agresión por Ucrania se incumpla un principio internacional básico invadiendo su territorio; pero tampoco quiere que Rusia pierda y los países de la zona se acerquen más a la UE Y Estados Unidos. Esto sería catastrófico para Xi, pues perdería influencia económica y política. Como Putin necesita desesperadamente su apoyo, China aprovecha esta debilidad para jugar a cuatro bandas: con Rusia, sus materias primas y energía, sometiéndola económica y políticamente; con Europa, a quién más afecta el conflicto, mediando en un acuerdo a cambio de normalizar relaciones comerciales; con Estados Unidos, para que no se interponga en Taiwan, y el nuevo frente militar que le abre en la zona con Australia y Reino Unido; y con países de Asia, África y Latinoamérica, que miran con aprensión un conflicto que daña a sus economías y está favoreciendo sobre todo a especuladores.
Aunque, como decía Kofi Annan, la paz nunca es un logro perfecto, la guerra como diplomacia es uno de los conceptos más perversos que pueden concebirse. Viene del premio Nobel de Economía, Thomas Schelling, persona fría y distante, que en su libro Arms and Influence (Veritas), mantiene que "el poder de hacer daño es poder negociador, y explotarlo es diplomacia, una diplomacia viciosa, pero diplomacia". Frente a esto, hay que contraponer que las guerras calientes puede que se neutralicen con disuasión militar, pero las frías se ganan seguro con avances democráticos, prosperidad, inclusión de la gente y responsabilidad social en la economía.
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