Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
el poliedro
Conociendo el paño no conviene fiarse, pero por fin parece que el estado de opinión del país se emancipa de comunismos y fascismos de salón y tinta de calamar, soflamas fatigantes lanzadas en escuálidos escenarios poblados por los fatigas de la infantería del partido: ya no escucharemos tanto a IDA decir "opulencia", por "prepotencia", con gran cuajo y falta de complejos. Ni a Fallarás haciendo de monologuista de regional, encima creída de su don de masas, con la claque de compañeros, compañeras y demás. Dejaremos de ver a un Houdini del trile político, experto en el eslogan, el encantamiento de aula y la contradicción, Pablo Iglesias, que, a sabiendas de su inexorable derrota, mangonea por última vez al partido que parió y crió con sus pechos, y en vez de dimitir con cierta dignidad como vicepresidente, se busca el camino a un plató del circo televisivo en su grupo afecto (4-5-6ª), y encima firma un sonrojante epitafio ante las cámaras en el que se autoproclama "chivo expiatorio"... ¡qué virguero! Qué cerca y qué lejos quedan, por poner sólo dos casos, la gran sandez de regalarle al Rey Juego de Tronos, o los piquitos entre barbas en el hemiciclo. Ahora, Podemos ha visto cómo le birla miles de votos de barrios obreros una chica a la que no se exige preparación, sino colmillo y madrileñismo y sentimiento patrio (de patria chica y enorme, Madrid, el próspero centro del secarral peninsular).
Nada más acabar las elecciones convocadas por Díaz Ayuso, el país ha comenzado a refrescar sus nociones de presupuestos públicos, impuestos directos, indirectos y especiales; gastos, déficit y deuda. Un Estado cuyo jefe del Gobierno no ha dicho esta boca es mía después de la debacle de su partido en Madrid. Debacle histórica. La Betty Boop del foro se ha pasado por la piedra a todos, sin excepción, y ha aupado a Madrid al plató de todo relumbrón, a la pista central de Roland Garros o Wimbledon. Y, de inmediato, se ha encendido la lucha filosófica contra los impuestos, generando un nuevo pulóver que ponerse si eres de derechas, incluso de derecha obrera: los impuestos son malos; libertad, oh libertad: el dinero es mejor en los bolsillos de la gente, Hacienda es el sheriff de Nottingham, se lo gastan en putas y constelaciones de feministas que pacen en pesebres de heno fresco. ¡Con mis impuestos!, que gustamos cada vez más decir los españoles para hacernos el calvinista de ocasión.
Las tasas por uso de las autovías han abierto el debate entre supuestos socialistoides que lastran la economía chupando los tuétanos de quien "crea riqueza", y neo-neoliberales que esgrimen la nueva bandera identitaria: los impuestos son el demonio. Y ni Madrid y su nutritivísimo efecto sede -incluidos cientos de miles de empleados públicos bien pagados- son extrapolables en riqueza y política fiscal al resto de España. Ni tampoco los émulos de Rodríguez Braun de elrincondelvago se han preocupado en ver en qué se gasta el dinero público. Son los del rábano por las orejas: un par de anécdotas politiqueras atribuidas al enemigo, y a vomitar al oír la palabra "impuesto". Eso sí, mi pensión, mi paguita o la de mi niña, mi subvención o deducción, mi hospital cuando en mi clínica del seguro ya no sepan qué hacer con lo mío, o las estupendas tasas universitarias, los aeropuertos, la diplomacia y la Defensa, las mismas autovías... eso sí hay que pagarlo. Pero cómo, ¿oiga? Con la que tenemos en lo alto, ¿vamos a, no ya no subir, sino bajar los impuestos? ¿Volverán aquellos tipejos vendeburras de tarima y powerpoint a proponer una Justicia y una Defensa privada, porque, dónde va a parar, es bien sabido que la gestión privada es siempre eficaz y eficiente? Y eso lo sabe hasta el tonto del pueblo.
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