Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
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El bitcoin en 2024 ha alcanzado un nuevo máximo histórico; ayer superó los 97.000 dólares, más que duplicando su valor en este último año. Sus defensores encuentran en este precio la prueba para seguir apostando por lo que consideran el oro digital. Quizá no hayan caído en que a estos nuevos máximos ha llegado gracias a convertirse en justo lo contrario de lo que ellos alababan. Querían un producto fuera de las finanzas tradicionales; ahora, su éxito se basa en que las entidades financieras tradicionales lo han capturado. Además, en gran parte esta espectacular subida de precio se debe al posicionamiento de Trump a su favor durante la campaña: ¡qué estupenda moneda es esta que su valor depende de unas palabras, que pueden quedar pronto en agua de borrajas!
El bitcoin nació como una herramienta revolucionaria, un sistema descentralizado basado en blockchain para eliminar intermediarios. Sin embargo, ha pasado a depender de ellos. Los bancos y otras entidades financieras lo aceptan y aconsejan que representen un porcentaje, aunque se pequeño, de la cartera de los inversores. Sus características problemáticas no han cambiado: no generan flujos de efectivo, carecen de valor intrínseco y sus precios dependen del sentimiento del mercado, pero ellos lo han revestido de seriedad y legitimidad. ¡Ay, no quieren perderse las sustanciosas comisiones que en su juego las criptomonedas proporcionan!
Los fondos cotizados de BlackRock, por ejemplo, acumulan miles de millones de dólares en activos relacionados con criptomonedas. Incluso los fondos de pensiones en Reino Unido están comenzando a experimentar con exposiciones a bitcoin. No es de extrañar que Financial Times refleje este peligro en un artículo, Bitcoin’s shift towards respectability should concern us all, donde se denuncia que la integración de bitcoin en las finanzas tradicionales al olor de las ganancias socava su propuesta original de revolucionar las finanzas. “Paradoja de legitimidad institucional”, le llaman.
Pero no es sólo eso. Su espectacular subida también se debe a las declaraciones de Trump durante la campaña: era el pago debido por los cuantiosos fondos de apoyo que el mundo cripto le ha proporcionado. Así, ha pasado de criticar en el pasado a las criptomonedas como “engaños basados en humo” a defenderlas, a comprometerse con una mayor desregulación, a negarse a la creación de un dólar digital y a prometer que EEUU mantendrá en bitcoins una gran reserva estratégica. A ver qué pasa si cuando tome el poder, esas promesas quedan en nada.
En el pasado hemos tenido experiencias desastrosas, como el colapso de la plataforma FTX en 2022. Pero en el futuro las consecuencias, con esta inmersión cada vez más profunda en el sistema financiero tradicional, podrían ser mucho más devastadoras. Las criptomonedas y los productos financieros complejos basados en ellas que de seguro se irán gestando se meterán hasta las trancas en nuestros ahorros y en nuestras pensiones. La ambición sin límite de políticos y financieros están encumbrando al bitcoin. Y los reguladores, como hicieron antes de la crisis de 2008, están permitiendo que esta burbuja se forme.
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