Tribuna Económica
Carmen Pérez
El MUS cumple 10 años
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Al ver la maquinaria militar desplegada por Rusia en su frontera con Ucrania un economista no podrá evitar, como cualquier otro mortal, preguntarse alarmado por las devastadoras consecuencias del estallido de la guerra, pero también por el coste de tamaña movilización, por la cuantía de los recursos que han debido destinarse durante años al desarrollo de esa capacidad de destrucción y, sobre todo, si ha merecido la pena para la población rusa. En otras palabras, si era el mejor destino posible de tanto dinero (coste de oportunidad) y la reflexión más inquietante: ¡menudo derroche si al final no hay guerra y nunca llega a utilizarse tanta capacidad!
Son cuestiones que invitan a respuestas de corte conspirativo y no tardaría en aparecer el visionario de turno advirtiendo de que la guerra es la salida más racional al gasto realizado y probablemente también la mejor forma de garantizar la necesidad de seguir dedicando fondos públicos a la I+D militar y a la fabricación de armamento. Tras la posibilidad de guerra en Ucrania podría haber, según esta teoría, intereses económicos vinculados a la industria militar en Rusia y el razonamiento podría extenderse con facilidad a intereses similares en occidente.
Muchos nos resistiremos a aceptar tanta perversión, pese a la acumulación de indicios en conflictos recientes, aunque el esfuerzo económico puede justificarse por el hecho de que el simple reconocimiento de la capacidad de acción puede bastar para anticipar el efecto de las medidas de coacción, incluso sin necesidad de lleguen a adoptarse. Es el poder de disuasión militar que tan contundentes argumentos proporciona a favor de la inversión en armamento y defensa, no solo como prevención frente a agresiones, sino también con otros fines, como demostrase Rusia durante la invasión de Crimea, que no se vio obligada a desarrollar su reconocida capacidad militar durante la ocupación.
Múltiples vías de reflexión sobre la fundamentación económica del gasto militar se abren a partir de este planteamiento inicial. Ente ellas, la lógica del esfuerzo militar en Ucrania si, como todo apunta, no tiene posibilidad alguna de enfrentarse por sí sola al gigante ruso. La estrategia de defensa nacional en este caso, y en el de otros países de similares capacidades, ha de adentrarse en el terreno de las alianzas y anima a trasladar la reflexión al caso europeo. Digamos que el interés de Ucrania por la OTAN se justifica por la amenaza que suponen las pretensiones hegemónicas de Rusia en la región y de paso advierte a Europa de la conveniencia de definir con claridad su política común de seguridad y defensa.
Europa carece de fuerza militar propia, aunque la tienen los estados miembros y también una gran capacidad de producción de armamento, pero nada de ello impide el debilitamiento de su posición geoestratégica. La realidad es que el músculo económico parece insuficiente argumento para las aspiraciones europeas de elevar su estatus de interlocución global, entre otras cosas porque las sanciones económicas no han demostrado, hasta el momento, capacidad comparable a la potencia militar a la hora de doblegar voluntades entre dirigentes autoritarios.
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