Opinión
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Este año vuelven a batirse los récords y los primeros resultados se recogen en Semana Santa. Esperamos una ocupación del 70% hasta el miércoles y del 80% a partir del jueves. En la práctica significa lleno absoluto en puntos turísticos y ciudades. Cerca de 500.000 plazas en 2.500 aviones, según la Junta de Andalucía, garantizan que buena parte del tirón corresponderá al turismo extranjero, es el que más interesa porque es el que más gasta. Además, tendremos buen tiempo, así que nada va a impedir que la marea de visitantes despliegue todo su esplendor por museos, procesiones, pueblos, playas y restaurantes.
El gran motor de la economía andaluza trabaja a pleno rendimiento y todos nos beneficiamos porque, de una u otra forma, todos nos movemos por su impulso. El problema es que, de un tiempo a esta parte y sobre todo en algunos lugares, el ciudadano, el que sin duda se beneficia de los rendimientos del turismo, se siente cada vez más desplazado y los motivos de fricción aumentan. Algunos bienes y servicios se vuelven escasos por la superposición de las demandas de turistas y residentes, provocando subidas de precios que los convierten en inaccesibles para los segundos, como resulta evidente en el caso de los alquileres, restaurantes, ocio, etc., especialmente en temporada de vacaciones.
Añadamos la escasez de agua, la presión urbanística sobre el litoral y la naturaleza, la disputa por el espacio en el centro de las ciudades, el tráfico, la contaminación o los problemas de aparcamiento y nos convenceremos de que la tradicional convivencia en paz, por coincidencia de intereses, entre turistas y residentes puede estar seriamente amenazada. Resumamos los parámetros del problema, todavía en ciernes, en la percepción del residente de sentirse desplazado por el turista y en el rechazo a la presencia de estos en algunas manifestaciones ciudadanas.
Sociólogos y psicólogos entienden que el conflicto es el fundamento del cambio social. Cuando las reglas satisfacen los intereses de un grupo, normalmente el más poderoso u organizado, frente a los de otro con los que resultan incompatibles, la tensión persistente determina la necesidad de encontrar, tarde o temprano, una solución al problema. Será por confrontación o por consenso, dependiendo de la naturaleza del conflicto, pero siempre conllevará el establecimiento de nuevas reglas. En el caso de incompatibilidad absoluta de objetivos, difícilmente conseguirán evitarse las restricciones y las prohibiciones parciales, pero en el de conflictos contingentes, probablemente el caso que nos ocupa, la incompatibilidad es real y percibida por los actores, pero no siempre la posibilidad de alternativas satisfactorias para ambas partes.
A la política turística corresponde proponer soluciones al conflicto en forma de regulación respetuosa con los intereses del sector y la cotidianidad ciudadana, pero también al urbanismo y a la política en general. Y deben hacerlo cuanto antes. Cuentan a su favor con el apoyo excepcional de las infraestructuras y equipamientos que sin el turismo no habrían existido en su dimensión actual ni con lo que supone la puesta en valor del patrimonio común.
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