La ciudad y los días
Carlos Colón
Nacimientos y ayatolás laicistas
Donde hay pelo hay alegría y donde hay lluvia también. Que este puente del 28F se haya atravesado pasado por agua es un regalo. Con el déficit hídrico que estilamos se espantan de momento las restricciones piscino-emasienses. En Cenacheriland han vuelto a brotar los surtidores como florecillas primaverales. Nos amputaron los grifos de las fuentes callejeras cuando finalizó el verano de almanaque. Los viejenials recordamos las ciudades del pasado con sus fuentes, pilones e incluso lavaderos de pila colectiva y cómo no: urinarios públicos. Suena decimonónico y atrasado. En Roma y Madrid había un itinerario de fuentes manantiales donde trasegar un chorrillo de agua fresca por esas calorinas de lengua seca. Los viandantes caminaban mirando para abajo buscando el alivio refrescor. Acá esos oasis de agua corriente gratis se reservan en principio para los paseos marítimos y rutas del colesterol. Los tránsitos por donde desflilan decenas de paseantes jubilosos con el riñón bien forrado de pensión. Su única búsqueda andariega es donde vaciar la vejiga y rehidratarse al mismo tiempo. Cosas de próstatas vetustas y diabetes longevas. Un amigo estuvo cavilando un plan de empresa para instalar urinarios públicos tragaperras. Quedó en agua de borrajas. En algunas estaciones y aeropuertos se están imponiendo los retretes VIP. Sin una señora de la limpieza como la que tenía el Café Central de la plaza de la Constitución. Una doña que mantenía su negociado con aroma lejía. Un olor penetrante a cloro que en estas cosas de la higiene de loza sanitaria tranquilizaba bastante y se agradecía con calderilla. Y discúlpeme lo escatólogico del asunto. Con la oleada de baby boomers incontinentes vamos a tener que editar o desarrollar una app con un plano turístico con la ruta de los WC. Muchos locales hosteleros solo permiten usar los lavabos a los clientes. En centros comerciales, gasolineras y grandes superficies que disponen de baños públicos abundan escenas gore de apretón. Tranquilo, evito detalles escatológicos retuerce tripas. Vuelvo a lo de las lluvias. Una bendición del cielo si no nos inundan.
El agro respira, se rellenan los acuíferos, las calles brillan. El asfalto se limpia y lo que no se baldea por imperativo ecológico, lo friega la madre naturaleza. Para la peña que circula sobre dos ruedas, cuando despejan las lluvias la cinta de asfalto es más segura. Sin aceites y porquerías resbalosas hasta que llegue otra procesión de grasa de cera, pero eso lo dejamos para Semana Santa. Feliz hidratación antiedad ;-)
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