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Ignacio Martínez
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Andaba yo preguntándome qué es lo que está ocurriendo en nuestra sociedad para que se muestre tan insensible ante noticias tan alarmantes como las de que en un colegio de Cáceres tres compañeros de clase de ¡seis años! han agredido sexualmente a una niña de la misma edad o que se ha utilizado la Inteligencia Artificial mediante una app para que un grupo de menores de Almendralejo (Badajoz) hayan desnudado virtualmente a sus compañeras para difundir posteriormente esas imágenes sin ropa. Hechos que la propia Fiscalía General del Estado denunciaba en su última Memoria al reflejar el “alarmante” aumento del 116% de las agresiones sexuales cometidos por menores en el último lustro.
Lo cierto es que las alarmas están encendidas. Según un estudio de Save the Children, el 53,8% de los menores que han visto pornografía lo hicieron por primera vez entre los 6 y 12 años. Pero sería inútil y pretencioso por mi parte, afrontar en una columna de opinión las causas o razones que sociólogos, jueces y fiscales o docentes y psicólogos señalan para argumentar el aumento de esta lacra social entre la población más joven: el incremento de la pornografía infantil, el acceso a la Inteligencia Artificial vía plataformas digitales en móviles u ordenadores, la desestructuración familiar, el abuso sexual de menores por adultos etc.
Lo sorprendente es que desde el propio Gobierno se asuma que “los niños no son de sus padres” (Celaá) o que “todos los niños, niñas, y niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo… y que la educación sexual de los menores es un derecho de los niños y niñas independientemente de quienes sean sus familias” (Irene Montero). A esto se le añade que desde algunos ayuntamientos, como el de Getafe, se editan guías que, como la llamada Rebeldes de Género, incluyen imágenes explícitas, en colegios e institutos públicos y privados, para romper con los “estereotipos sexistas y crear un nuevo futuro”.
Es evidente pues, que a los riesgos que proceden del exterior hay que sumar también los que emanan del propio gobierno central y de algunas comunidades y ayuntamientos. Se implantan en los propios centros educativos enseñanzas en materia de sexualidad impregnadas de ideologías, que confunden y desorientan a los menores por la negación de la masculinidad y feminidad biológica. El catedrático de Medicina Jokin de Irala de la Universidad de Navarra se pregunta “cómo es posible que un menor no pueda pedirse un vino en un bar pero reciba sin buscarlo ni quererlo una imagen pornográfica, En la era del sí es sí y el consentimiento es intolerable que un menor se encuentre el porno, sin decir que sí”. Para este experto es imprescindible una educación integral afectivo-sexual y en valores tanto en casa como en el colegio, de lo contrario el porno se convierte en el auténtico profesor.
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