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Aunque se haya dicho mil veces, nunca está de más recordar que no hay termómetro más fiable para evaluar el compromiso con el desarrollo de una comunidad cualquiera que el grado de protección aplicado a su patrimonio cultural e histórico. Esto no va, como se dice habitualmente, del pasado, ni de cosas viejas; sino que, al contrario, el estado de salud del patrimonio tiene mucho que ver con la definición, disposición y ambición de un territorio respecto al futuro. Lo del grado de protección no se articula únicamente (que también) en lo normativo, sino, más aún, en la conciencia general al respecto, materia relacionada a su vez con la educación y la sensibilidad con la que se emprenden determinadas políticas. Málaga, ya se sabe, compró en su momento la idea de que su patrimonio histórico no tiene mucho valor; y la resistencia manifestada ante cada nuevo hallazgo que pudiera insinuar lo contrario ha sido titánica, feroz, incólume, no vayamos a poner en peligro el chiringuito con tonterías. Llegados a este punto, cada nueva revelación en este sentido acciona un protocolo previsible ya hasta la pereza. De inmediato se ve todo como una amenaza a la actividad económica e inmobiliaria, el alcalde pide soluciones intermedias y la Junta reclama tiempo para hacer los informes necesarios. Lo que casi nunca se da, o se da muy poco, es una aclaración precisa de lo que a nivel patrimonial hay en juego. Pasó con los yacimientos que sacaron a la luz las obras del Metro, con los hallazgos bajo el suelo del Astoria y, ahora, con la cueva encontrada en La Araña, situada junto a un conjunto kárstico que ya cuenta con la catalogación BIC y, también, en pleno ámbito de extracción de la cementera, que mientras se resuelve el asunto ha parado las máquinas. Más allá de la posible protección medioambiental, la cuestión no debería ser lo que en el plano arqueológico pueda aparecer ahí o no: la cuestión es que La Araña es uno de los enclaves que mejor explican la historia de la población neandertal en toda Europa. Que lo que ya sabemos es sorprendente. Y que todavía sabemos muy poco.
Lo poco que sabemos se lo debemos al arqueólogo Julián Ramos, que con su equipo y con muy pocos medios, a menudo bajo el más absoluto desamparo institucional, ha logrado demostrar que La Araña fue un espacio vital en la relación que mantuvieron los pobladores neandertales y los homo sapiens hasta hace unos 30.000 años. La Araña cuenta hoy con un centro de interpretación modesto pero muy ilustrativo y recomendable. Pero si a la Junta de Andalucía le hubiera dado por tomarse esto en serio y financiar la excavación en su momento, el contexto en el que hablaríamos de la cueva encontrada ahora sería radicalmente distinto. Lo mismo cabe decir del Cerro del Villar, donde la pequeña intervención realizada este año no basta para compensar los muchos años de olvido. Que se prometa la protección de una cueva hallada por una cementera tras haber mirado a otro lado durante décadas es, cuanto menos, grotesco. Pero ahí está De la Torre jugando de extremo centro. En él confiamos.
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