Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
En tránsito
B ORGES escribió en algún sitio que los seres humanos éramos o aristotélicos o platónicos. Las personas aristotélicas son realistas y poco crédulas y necesitan tener una prueba fiable de las cosas en las que creen. En cambio, las personas platónicas son idealistas que creen en proyectos, en utopías y en una dimensión ilusoria de la realidad. Para un platónico, la imaginación es mucho más poderosa que la realidad. Don Quijote, por ejemplo, sería una criatura platónica: su imaginación y su fe absoluta en las maquinaciones de su mente estaban muy por encima de la realidad palpable. En cambio, el buen Sancho Panza sería un aristotélico: solo creía en lo que veía (y sobre todo, en lo que le permitía comer).
Dicho de otro modo, el escéptico y pragmático tendría una personalidad aristotélica: conocedor de la imperfección consustancial al ser humano, preferiría el reformismo político y la tibia y sensata y aburrida democracia liberal. En cambio, la persona con inclinaciones platónicas estaría mucho más expuesta a creer en fábulas y en ilusiones (es decir, en utopías): en su caso, el ideal inalcanzable de la perfección siempre estaría por encima de la triste y aburrida realidad. Entre un Parlamento repleto de políticos mediocres que bostezan, y la Utopía celestial o terrestre del Ideal de la Felicidad y la Justicia Humanas, el platónico jamás dudaría en elegir la Utopía. En cambio, el cauteloso aristotélico siempre se inclinará por el Parlamento y las leyes y los jueces. Resumiendo: fascistas y comunistas son platónicos. Liberales y socialdemócratas, aristotélicos.
¿A qué viene todo esto?, se preguntará el sufrido lector. Pues bien, a que el otro día Pedro Sánchez confesó que pertenecía a la categoría de las personas aristotélicas. “Tanto en la política como en la vida –dijo–, la verdad es la realidad”. ¿Curioso, no? Porque si hay un gobierno que parezca rehuir todo contacto con la realidad palpable, ese es el gobierno de Pedro Sánchez. De hecho, se diría que vivimos encerrados en una caverna platónica donde nos guiamos por las sombras que se proyectan contra la pared (la portentosa factoría de propaganda de Sánchez se encarga de proyectar las sombras que nosotros tomamos por la realidad). Pues sí, amigos, las engañosas sombras de la caverna: esa es la realidad, la única realidad.
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