Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Como o le digo, vecino, yo, que en la madurez de la inquieta vida que me ha tocado vivir ya he visto casi todo, y lo que no he visto ha sido, fundamentalmente, por falta de luz, ya presencié esto antes. Solo que entonces todo era a una escala mucho menor. Más pequeña y limitada por las posibilidades de los adelantos tecnológicos del momento. Por eso, yo, que nunca quise ir a los Estados Unidos de América si no era a lomos de mi Vespa gris porque nunca me he fiado de las antenas de radio de los barcos, antecesoras del 5G, entiendo a estos padres murcianos que han amenazado con llevar ante la justicia a todo bicho viviente que obligue a sus hijos a vacunarse o llevar mascarilla al colegio. Y se lo digo porque fui testigo directo del hundimiento del Titánic, que como usted debe saber, nunca se hundió, sino que fue la primera fake new de la historia, impulsada por la industria de los botes y chalecos salvavidas para lanzar su negocio con la vista puesta en la Primera Guerra Mundial que se avecinaba.
Y es que su interés estaba puesto en ocultarnos que la solución natural y sostenible, además de vegana, ante cualquier naufragio es comerse la madera del barco, que como todos sabemos, flota, y si nos la comemos, también flotamos nosotros. Y eso a pesar de que como usted debe conocer por los vídeos de YouTube, los flotadores te ahogan más que te salvan. Pregúnteles si no a las azafatas de los aviones, que lo primero que te dicen antes de despegar es que te pongas el salvavidas, pero a continuación te piden que no lo infles dentro, giñándote un ojo.
Ellas ya amenazaron al ministro de Transporte con un pleito en el Tribunal de Derechos Humanos de la Haya si las obligaban. Comer madera y beber combustible para no congelarse. Pero eso último solo en el Atlántico Norte. Si el naufragio es en el Caribe, el agua está más calentita y no hace falta. Es más, una ingesta excesiva de gasóleo puede ser contraproducente y hacer que pases de flotar en el agua a levitar en el aire. Y es que, de la misma manera que no pueden obligar a nadie a abandonar un barco con la excusa de que se está hundiendo, tampoco pueden imponer que los críos o usted se vacunen y lleven mascarilla. Como dijo Braveheart antes de la batalla final contra los pérfidos ingleses que luego inventaron la vacuna AstraZeneca, "podrán quitarnos la vida, pero jamás no quitarán la libertad de esparcir nuestras miasmas sobre los demás".
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