Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Por montera
El monstruo se les ha escapado del laboratorio y ni su propio creador sabe cómo controlar el reguero de males que va a generar. Se llama IA, inteligencia Artificial, y su último modelo es el ChatGPT. Entre esa masa humana, tan hacendosa en los laboratorios donde cada invento se les queda viejo en cuatro meses, ha aparecido su CEO, Sam Altman. Esta semana hemos conocido su cara cuando declaraba ante el Congreso de los EEUU con un semblante que hacía temer lo peores augurios. Estaba tan asustado que parecía que le estaban juzgando por los peores crímenes contra la humanidad mientras soltaba semejante declaración: “mi mayor miedo es que esta tecnología salga mal, porque si sale mal, puede salir muy mal”. Los creadores de las altas tecnologías están tan ensimismados con sus inventos que, en apariencia, no han levantado nunca la cabeza para atender a otros expertos y pensadores cansados de lanzar advertencias. Stephen Hawking, ya dijo en noviembre de 2017, que la IA podría acabar con la pobreza, pero con controles, y que el desarrollo de “la IA podría ser lo peor o lo mejor que le ha pasado a la humanidad”. Seis años después estamos fascinados porque, en tu propio teléfono móvil, o en tu ordenador, si le pides al ChatGPT que te escriba un artículo para el periódico, te haga un trabajo de fin de carrera, realice el diagnóstico médico de un enfermo terminal, o simplemente que te cuente un chiste, lo hace con tu propia personalidad. Empieza a activarse la maquinaria contra la amenaza. En Europa se está redactando una ley para controlar los límites del ChatGPT y la IA. Italia ya lo ha prohibido. A los pocos días, la ley que tardará dos años en estar lista, se les queda caduca porque el monstruo es más veloz y tiene, ya, vida propia. Ha chupado la inteligencia humana de escritores, pensadores, científicos, artistas, periodistas, historiadores, expertos en todo… sin pedir permiso, sin pagar, saltándose los derechos de autor y llegando a ser mejor que nosotros mismos. Ya se les fue de las manos el control de las plataformas y las redes sociales que tantos daños están causando. Las empresas trabajan a destajo para implementar ciertos requisitos de seguridad para frenar la llegada a los usuarios y que se produzca la hecatombe. Si con la AI, se puede falsear la cara de las personas, si el bot puede escribir libros, diagnosticar enfermedades terminales, escribir poemas, entrevistas, trabajos académicos, si nos traduce idiomas… ¿Qué le queda por hacer, motu proprio, al ser humano? ¿Qué utilidad tendrá el ser humano frente al domino de la Inteligencia artificial incontrolada?
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