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UNA cosa es creer, como escribía ayer, que las casas y los padres, además de las catequesis parroquiales, son el lugar privilegiado para transmitir las convicciones religiosas, y otra utilizar esta cuestión, cuya seriedad le es conferida por tratarse de la vida o la muerte de los no nacidos, como siniestro folclore de una izquierda política que es servidora fiel del poder absoluto del consumo.
Tras las nuevas realidades sociales y científicas no se puede seguir defendiendo el aborto como si aún viviéramos en la sociedad machista que condenaba a las madres solteras y a los hijos nacidos fuera del matrimonio, reprimía la sexualidad, carecía de métodos anticonceptivos e ignoraba la singularidad genética del embrión y el feto. Sobre los avances sociales no cabe discusión: afortunadamente son evidentes. En el terreno científico no hay unanimidad, aunque los descubrimientos genéticos van dando poderosos argumentos contra el aborto libre. Como escribe el catedrático de Genética y asesor de Bioética de la Comisión Nacional Española de Cooperación con Unesco Nicolás Jouve de la Barreda: "Los avances de la Genética y el conocimiento del genoma humano demuestran la incongruencia de sostener pretendidas diferencias en las etapas de la vida de un ser humano… Cada persona es un ser genéticamente distinto y singular… La identidad genética es la propiedad más importante de cada ser humano singular, su característica biológica más determinante".
Estos datos y la discrepancia entre los científicos deberían hacernos más prudentes a la hora de legislar sobre la muerte de embriones y fetos sanos en el seno de mujeres sanas. No es la religión, como pretende el PSOE, la que aporta pruebas cada vez más contundentes contra el aborto libre, sino la ciencia. La religión o la ética -porque también hay ateos que se oponen al aborto libre- aportan opiniones fundamentadas en creencias o convicciones. La ciencia aporta hechos. No se mienta ni se manipule más.
En su delirio propagandista, intentando demostrar que al aborto sólo se oponen irracional y anticientíficamente los clérigos y sus sicarios integristas, Rubalcaba amenazó con romper los acuerdos con la Santa Sede. Si cree que deben ser revisados, que lo haga, en vez de usarlos como amenaza. Y de paso que denuncie a los investigadores que dan argumentos científicos para pensar la cuestión del aborto a partir de la información que hoy se tiene.
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