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Quiénes serían los Dickens (Cuento de Navidad) y Capra (Qué bello es vivir) españoles? En literatura lo tenemos fácil: la antología seleccionada por Rafael Alarcón Sierra Cuentos españoles de Navidad (Clan Ed., última edición de 2004) publicada en dos volúmenes ofrece relatos de Bécquer, Alarcón, Galdós, Blasco Ibáñez, Zamacois, Valle Inclán, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Baroja, Azorín o Ayala. Unos entrañables, otros dickensianamente tristes, alguno tan divertido como la descripción que hace Galdós de los inocentes anacronismos de un nacimiento en el que junto a “paveros y polleros conduciendo sus manadas” se ve a “un guardia civil que lleva dos granujas presos” mientras por en medio “pasa un tranvía lo mismito que el del barrio de Salamanca, y como tiene dos rails y sus ruedas, a cada instante le hacen correr de oriente a occidente con gran asombro del rey negro, que no sabe qué endiablada máquina es aquella”. Y otros tan excelentes como el retrato que hace Juan Ramón Jiménez de la “nostaljia” del “joven jijonesco” que en su puesto de la Plaza Mayor, echando de menos su “Jijona alegre junto a su clara mujer suave (…) parece que no quisiera vender su turrón ni sus almendras, que está allí con aquello, por si el que pasa lo quiere conmiserar que esta aquí, en este Madrid frío y solitario, cumpliendo un rito de Levante”, pareciendo que “lo que vende o no vende es su vida, que la tiene delante muerta en pedacitos, en cajitas de leve madera”. Si no dan con él hay una antología más reciente, aunque menos extensa, compilada por Antonio Ventura para Iglú Editorial (2022).
En cine tenemos un repertorio más corto, pero no menos atractivo. Nuestros Capra –los clásicos– son el Perojo de Los hijos de la noche (1939, con una gran Estrellita Castro cantando Oye esta plegaria, Niño que estás en la cuna y Almendro florecido y hermoso), el Barden de Felices Pascuas (1954), el Berlanga de Plácido (1961), el Palacios de La gran familia (1962), el Forqué de Un millón en la basura o el Sáenz de Heredia de Se armó el Belén (1970). La que mejor recoge el espíritu dickensiano quizás sea Plácido precisamente por ser la más crítica: Berlanga aborrece la caridad impostada tanto como Dickens las casas de beneficencia, y su Plácido no deja de ser un Bob Cratchit víctima de los Scrooge que le impiden pagar a tiempo la letra de su motocarro. Difrútenlos.
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