Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
La tribuna
TODOS los días hay nuevos descubrimientos materiales y dialécticos, es la manera de progresar, de que el hombre no permanezca estancado, hecho un ovillo, amazacotado. Y miren por donde los políticos no son los últimos de los inventores. Se les ve en cuanto cogen la palabra o si tienen una mayoría absoluta parlamentaria, estamos arreglados, hablan importándoles un comino si dan espectáculo mediocre o de pasabola.
Recientemente hemos visto a Rajoy proclamar que ha sido engañado por Bárcenas, pero que a él, ¡plim!, que piense cada uno por su cuenta, pero que él no se va por eso. Faltaría más, dejándonos con su decisión de seguir con un jefe de gobierno al que el engaño le sienta bien cuando a otro le haría echar mano a la cartera ministerial y salir de estampida escaleras abajo. Estamos en unos momentos en los que nadie se pone colorado y si no, agudicen la mirada ante el televisor y observarán que ningún guiño ni color altera la cara de los tele hablante sea cual sea el tema tratado.
Sí, señor, nada conmueve a los protagonistas. Es una nueva escuela de gobernar. Siempre se ha pensado que el engañador era el listo y el engañado el que pagaba el pato, el tonto. Habría de emplearse, en realidad, otra forma de expresión. Pero vamos a dejarlo así no sea que las cosas se enturbien entre Bárcenas y Rajoy y seamos algunos de los lectores los que nos llevemos los bastonazos.
De todas maneras el ligero estrabismo de los ojos del jefe estos días ofrece la sensación de ser algo más pronunciado al normal, como si le costara disimular los efectos de un soponcio recibido. Miremos por donde miremos, la cosa es gorda, que a un jefe de gobierno se la den doblada refleja un desaguisado que rodea de inseguridad su continuidad. ¿Cuántas veces ha de ser engañado para salir del despacho? Al público no le da igual. El propio jefe confiesa que le han hecho un juego de manos del que no se ha enterado hasta el final. Y no parece demasiado inteligente el autor de la broma. Sin embargo, se queda el jefe, con señales claras de que no hay quien le quite el sillón que, una vez cubierto por las posaderas, le sale el pegamento por lo bajíni convirtiendo en labor de héroes el desalojo, y el gran jefe no está para heroicidades. La política no tiene remedio. Aquí me planto como los del campo, guste o no guste a los demás.
¿Llegará el día en que un jefe gobernante comprenda que ha de salir corriendo por la sencilla razón de que debajo de sus propias narices le han jugado una mala pasada y los colores se le resisten a salirle? Debemos dejar fuera la época en que todo vale si se aguanta el sillonazo.
El engañado no queda ante los gobernantes como muy espabilado, y esto ha sido así toda la vida. En los circos mismos, y la política cada vez tiene más de circo, el payaso narizotas y pintarrajeado no cesa de pegársela a su compañero, el fino de la cara embadurnada de blanco, el Bautista, me parece, provocando las risotadas de los asistentes. Seriedad, mucha seriedad ha de exhibirse en los puestos políticos de los grandes si no quieren que la gente les perdamos el respeto. Ahora mismo Rajoy, está perdiendo una buena oportunidad de coger la puerta y abandonar.
Un hombre que confiesa públicamente que se la han pegado ha de dejarse de dudas y escapar hacia el primer taxi que pase delante de su despacho. Su gesto declarando haber sido engañado le honra, pero no le atribuye el derecho a permanecer ensillonado. A la larga los sillones son incómodos y las hemorroides sufren. Mas está comprobado que les cuesta mucho a quienes han atrapado un sillón, abandonarlo. Que los posaderas sufren, ya se pasará el dolor, porque asiento y persona constituyen una unidad indisoluble. La resistencia de un hombre político antes de mover su trasero es increíble. Realmente han de transportarlo juntamente con la silla o el sillón, y bien amarrado, si algún valiente desea moverlo.
Y seguimos en el país de las dimisiones inexistentes, desconocidas, para encontrar una debemos recorrerlo de pe a pa y aún eso y todo, tendríamos que atribuirlo a un golpe de suerte si nos hallamos con una.
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