La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
La aldaba andaluza
Hace no tantos años era un suplicio tener que parar en un viaje por carretera para acudir al baño o tomar algo. Se podía hacer un catálogo de lugares marcados por la cochambre con letrinas o retretes propios de cárceles abandonadas. Era todo un símbolo la torreta giratoria con los cassettes del Puma o Camela, que siempre se justificaba por el supuesto interés de los camioneros en este producto. Si la ruta no superaba las dos horas de duración estimada era mejor no parar o acaso hacerlo en algún bar de pueblo. Los establecimientos de carretera eran tenidos por sitios bastante dejados, con dueños poco amigos de las normativas higiénicas y con una clientela de western caracterizada por el palillo en la comisura y la mirada intimidante al recién llegado, sobre todo si era una recién llegada. Casi peor que estos negocios de carretera eran los bares de las estaciones de autobuses, marcados por camareros ajados hartos de una clientela de paso, y con urinarios donde jamás se veía un rollo de papel higiénico, el dispensador de jabón era el vellocino de oro y el pestillo estaba incompleto, por lo que era mejor poner el talón para mantener la estancia clausurada. El desarrollo de España llegó con mas kilómetros de autovía y, cómo no, con el ennoblecimiento de los bares de carretera asociados a estaciones de servicio. Hoy da gusto entrar en muchos de ellos. Limpios, con una amplia oferta culinaria, con mesas en el interior y en el exterior, algunos con vistas muy bonitas, como los de la Ruta de la Plata, y con comercios de productos típicos fabricados en España donde no faltan nunca los sobaos pasiegos. Los viajes largos en carretera han dejado de ser un calvario a la hora de detener la marcha para repostar. Esos servicios traseros de gasolinera, donde el inodoro perdió la tapadera y siempre quedaban los restos de óxido de los dos anclajes, han pasado al recuerdo de los años 80. En la actualidad hay restaurantes hasta con salas de lactancia, como ocurre en la A-49 o en las autovías cántabras, sitios en los que puede usted comprar un peluche, un vino de reserva, la prensa, cava y, por supuesto, los consabidos sobaos y hasta quesadas. Todo eso antes o después de disfrutar del menú del día tras seleccionar los platos con toda comodidad con la bandeja en las manos. Los cassettes de los chistes de Arévalo han desaparecido, pero hay wifi. No hace falta ya guiarse por la presencia de camiones para saber que un bar de carretera cumple con unas condiciones mínimas de calidad, ni hay que preguntarle a Javier Arenas o Antonio Sanz para tener una buena recomendación de dónde comer camino de Almería.
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