La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Su propio afán
J. R. Barat tiene un poema titulado De la fragilidad. Va de un jarrón que era de su abuela y que pasó de mano en mano de generación en generación hasta que se le cayó a su nieta y lo destrozó. Barat lo usa de correlato objetivo, como decía T. S. Eliot, y ve en los añicos del jarrón la fugacidad de su vida en manos del tiempo, que todo lo destruye.
Me gusta mucho el poema; pero un lunes me iba a conformar yo con que se me rompiese un jarrón familiar. He recordado el nobilísimo arte japonés del kintsugi, que consiste en arreglar la porcelana rota, añadiendo –para pegar los pedazos– un hilo de oro. Así, lo que era valioso antes, tras el destrozo provisional y su posterior arreglo, termina siendo más valioso aún. Es otro correlato objetivo: el del amor por la restauración y la resistencia a los estragos de la vida. Los añicos (o los añitos) unidos por un hilo de oro.
Eso es conservadurismo en acción; aunque hay que reconocer que hay jarrones y otras cosas en la vida que no tienen arreglo ni con todo el oro del mundo. Y entonces los poemas de desolación son un consuelo. Menos da una piedra, y el jarrón se puede conservar en el escaparate virtual de la pena. En última instancia, me resignaría a eso, aunque, en líneas generales, depende de los temperamentos. Hay quien elige la elegía a las primeras de cambio y quienes nos inclinamos por el himno hasta el penúltimo aliento.
Más bonito aún que el kintsugi, aunque no tiene consideración de arte, sino de artesanía, es o era el oficio tradicional del lañador. La filosofía es la misma, porque los extremos se tocan: el Extremo Oriente del kintsugi y el Extremo Occidente de la laña. Antaño, en España, se cogían los cacharros de barro rotos y se reparaban uniendo las piezas con unas grapas muy bastas. Quien lo hacía bien dejaba el recipiente igual de estanco que antes. ¿Es un oficio perdido?
No es sólo por patriotismo que prefiero la versión ibérica del kintsugi. Con un hilo de oro es fácil confundir el valor con el precio, y me temo que hay nipones que rompen a posta las porcelanas para mejorarlas. Las bastas lañas se convierten en mejor correlato objetivo para mí. Por el barro de los tiestos y porque lo que vale es sólo la amorosa reparación y no resignarse al destrozo. Una amiga me ha dicho que en Utrera trabaja un lañador joven; y conocer su existencia ha reparado con una laña de esperanza mi últimamente resquebrajado corazón.
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