Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
¡Oh, Fabio!
Es incapaz de controlar el precio de la luz o de sacar adelante una ley de pandemias que ponga un poco de orden en el desbarajuste actual pero, eso sí, el Gobierno de la nación, con Irene Montero a la cabeza, prepara una Ley de Bienestar Animal gracias a la cual, en España, será mejor ser perro que feto o gallina de Guinea que domador de leones, entre otras cosas porque se pretenden prohibir los circos con bestias. Adiós a personajes como Ángel Cristo -el hombre que tampoco consiguió domar a Bárbara Rey- y a las leyendas que afirmaban que cuando el gran Circo Americano llegaba a la ciudad desaparecían todos los gatos de los alrededores, usados como pienso de las fieras.
También se cargan los tiros de pichón, antiguos clubes de señoritos para ejercitar la puntería y, de paso, practicar ese sport tan nacional que es jugarse hasta las pestañas. Gracias a las obras que se hicieron en el ya desaparecido club de Sevilla (auténtico casino encubierto durante el franquismo) se encontró la gran joya de Tartessos: el Tesoro del Carambolo.
Lo que cuesta entender más es el objetivo de sacrificio cero de los animales abandonados, fundamentalmente perros. No me malinterpreten, tengo un corazón franciscano y quiero más a mi fiel y cayetano Pinto, un elegantón e indisciplinado spaniel bretón, que a la gran mayoría de la humanidad, incluyendo el Consejo de Ministros en pleno. Pero recuerdo cómo eran las ciudades cuando eran recorridas por bandas de chuchos callejeros que suponían un auténtico peligro para la salud pública. ¿Quién se hará cargo de los 300.000 perros que son abandonados al año por amos con el corazón de una ameba? Desde luego no un Estado que no tiene ni para pensiones. El sacrificio indoloro es una realidad que se impone.
Entre los cazadores, el anuncio de la ley, que iguala los canes cinegéticos a los falderos, no ha sentado bien. Este Gobierno de retórica neorruralista y aventuras domingueras pretende tratar a las bravas rehalas de podencos igual que a rebaños de caniches, o a los mastines de los pastores, el terror de los lobos, como a los chihuahuas de un modisto. Está bien -muy bien- que se prohíban usos salvajes como el del ahorcamiento de los galgos inservibles ya para corretear a las liebres por las besanas, pero hay que comprender que en el campo, por su propia naturaleza y actividades, los canes no pueden estar todo el día en la peluquería. Tienen que trabajar en algo más que en aliviar la soledad de sus propietarios.
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