La colmena
Magdalena Trillo
Noah
Calle Larios
LA escena era para no perdérsela. El pasado jueves, una niña bajaba por la calle Victoria, adornada con su precioso vestido de comunión y acompañada por el séquito familiar, elegante y distinguido. En el angelical rostro de la pequeña, ganada por Cristo hacía apenas unos minutos, se advertía un reconfortante gesto de satisfacción, ilusión y deber cumplido. La cohorte alcanzó la Plaza de la Merced y he aquí que los fastos del Primero de Mayo continuaban en la misma, por más que ya se hubiese traspasado con holgura la hora del almuerzo. Una pandilla de obreros enfadados resistía en el enclave picassiano en torno a un tipo con muy malas pulgas que, armado con una guitarra eléctrica desafinada y un micrófono acoplado, cantaba a grito pelado lo que les iba a hacer a los patronos y a los fascistas con que sólo se le pusieran a tiro, con el idioma más soez que puedan imaginar. La familia hizo como que ignoraba el número, aunque a lo mejor a alguno se le atravesó el mal trago, pero quién mandaba al párroco convocarnos este dichoso día. Y, en fin, cuarenta años después, para algo ha servido el punk: para incomodar a niñas de primera comunión.
La situación del trabajador es trágica. Y lo es, sobre todo, porque su figura como tal ha desaparecido. El trabajo ya no existe, al menos tal y como lo conocíamos; y lo que le espera al empleado es la reducción de sueldos hasta niveles insostenibles, condiciones cada vez más cercanas a la explotación y la amenaza perpetua de la vuelta a la calle. Internet ha desmontado además las reglas del juego, con blogueros y distribuidores de las más variopintas mercancías actuando en la más estricta soledad (e invisibilidad), cotizando lo que pueden (o no) y en las garras más volubles de lo efímero: el espectro organizativo (y, por lo tanto, con capacidad de influencia social) que puede derivarse de esta actividad soterrada es cero. La representación colectiva es, además, una cuestión peliaguda: el trabajador debe escoger entre sindicatos corruptos, con líderes apoltronados en órbitas de poder de igual o mayor alcance que las de los partidos políticos, y el estilo punk asustaniñas. Y me temo que gran parte de los trabajadores, incluidos los desempleados, no se sentirán parte de lo uno ni de lo otro. Pero he aquí que el capitalismo obra su gran milagro y los sistemas de producción propios de la esclavitud acampan entre nosotros. Podremos resistir en el paro mientras otros sigan inhalando gases tóxicos al otro lado del mundo y nos vendan sus mercancías por unos cuantos céntimos. Y seguirán diciendo que se acabó la crisis.
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