La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
La tribuna
POCAS veces se acierta tanto con los reconocimientos. En vivienda y arquitectura se corre siempre el peligro de otorgar galardones apretados por la presión de la actualidad o de la moda. En este año de crisis, que sigue siendo el de las secuelas de las burbujas pinchadas, sin embargo, con la selección de los autores premiados en arquitectura de la presente edición de los Premios Nacionales de Vivienda y Premio Nacional de Arquitectura 2009, que hace unos días se han concedido a los magníficos arquitectos Fernando Ramón Moliner y Carlos Ferrater, parece que ha habido una fuerte entrada de oxígeno puro.
El premio de Vivienda se otorga para reconocer a Fernando Ramón como el arquitecto cosmopolita que es, por su formación y su experiencia en Reino Unido, Madrid y el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, donde además de ejercer como profesional, aportó sus conocimientos en edificación a cuestiones innovadoras en los años ochenta, como el confort térmico y acústico, la higiene, la salubridad, o las energías pasivas: Fernando Ramón ha sido maestro de los arquitectos que salimos de las escuelas en las décadas finales del siglo XX. Su posición crítica se refleja en textos de obligada lectura en el campo de la arquitectura sostenible (aunque entonces no se llamara así) y del urbanismo, como Miseria de la ideología urbanística, un análisis crítico del pensamiento urbanístico del siglo XX, que aún se encuentra localizable en nuestras reservas mentales y en nuestras bibliotecas, para intentar inmunizarnos ¡en 1967! Contra las prácticas de los que Soledad Gallego-Díaz denominó, Miserables urbanistas en un memorable artículo en El País, ilustrado con una foto de las 13.508 viviendas en Seseña (Toledo). En ese legado de publicaciones, manuales de alojamiento y posicionamientos a favor de una arquitectura y un urbanismo saludables, expresó Fernando Ramón su compromiso con la misma fuerza con la que lo plasmó en la arquitectura humanizada y humanista de la que dejó huellas por muchos lugares. En Málaga tenemos una muestra de su quehacer en el proyecto de 57 viviendas en La Trinidad, una manzana en forma de corrala donde se respiran a la vez vida y espacio-tiempo. Innovador y precursor del medio ambiente en arquitectura de la tecnología -que sólo en el reciente 2006 se puso en marcha con el Código Técnico de la Edificación, que tan pocos arquitectos han alabado coherentemente - Fernando Ramón estableció una ética de la casa en España como forma de sentar principios ambientales en las técnicas a favor de la salud y el confort de la vivienda.
El otro premio, el de arquitectura, produce envidia en Málaga y la Costa del Sol. Envidia y esperanza. Sólo con ver el proyecto del Paseo Marítimo de Benidorm o el Parque Botánico de Barcelona de Carlos Ferrater confiere esperanza de futuro a la idea de construir el paisaje con la arquitectura, mimando los recursos preexistentes. Cabe imaginar Marbella o el Rincón de la Victoria, o el Paseo de la Misericordia de Málaga, alumbrados por una sucesión de formas elegantes y naturales como las que ha empleado Ferrater en esos y otros grandes proyectos. Tenemos que mantener la esperanza de que visiones como la suya iluminen la ejecución del Plan Qualifica y lo llenen de calidad y claridad en la regeneración urbana de nuestros sitios turísticos. Benidorm es el primer destino turístico español que se enfrenta a la construcción de su nuevo paisaje en el sitio más difícil, la playa, su principal recurso y atractivo, logrando un resultado de gran belleza, que se acopla perfectamente a sus resortes en altura y al perfil del mar y sus vistas del horizonte. ¿Por qué Málaga y la Costa del Sol no podrían serlo en el futuro? Carlos Ferrater y su espléndido equipo OAB, de Barcelona, son maestros de una geometría inaparente que cede su sitio a la poética de los lugares y conforma espacios contemporáneos donde la arquitectura es la protagonista de un paisaje transformado, sí, pero elocuentemente anónimo en su estructura. La maestría y la inteligencia de Ferrater se demuestran en su humilde aproximación a los problemas urbanos y en su rigurosa solución de los conflictos con el entorno; algo que sólo se puede hacer desde el respeto, el conocimiento de los materiales y la elevación espiritual del manejo de la forma, como un alfarero de las tramas y un pintor de los volúmenes escondidos en sus proyectos, o altivos, como el edificio Mediapro, en Barcelona. Un incesante dechado de torrentes arquitectónicos envueltos en buen hacer tecnológico.
Sin duda estos premios constituyen grandes aciertos para volver a una senda que España no debió perder. Cuentan con protagonistas tan ilustres como estos dos arquitectos pudorosos, cuyos seguidores parecen ser una minoría poco aflorada, a partes iguales, frente a los espasmos del star system y los desastres de mediocres y aprovechados que nos inundan con sus proyectos de la desfachatez construida.
Soledad Gallego-Díaz se preguntaba en esa columna del siglo XXI "¿Estamos ante una corrupción urbanística generalizada?", … "¿Qué ha pasado con los alcaldes, urbanistas y arquitectos que en los años 80 advertían contra esa locura? ¿Qué ha sido de aquellos alcaldes y de aquellos especialistas que luchaban por un urbanismo comprometido con la ciudadanía, con una forma de ser de la ciudad y del paisaje? ¿Con aquellos concejales y consejeros de urbanismo que creían en el patrimonio común y en que no era lo mismo dejar que la ciudad creciera por un lado que por otro, de una manera que de otra?"
La respuesta quizá no se quiere saber, aunque algunos creemos conocerla, pero lo cierto es que el Premio Nacional de Urbanismo de 2009 quedó desierto.
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