El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
"Muchas personas pasan por tu vida y otras te marcan". Fue una de las frases que me dijo Javier Imbroda la última vez que nos vimos. Fue en Sevilla, hace unas semanas. Durante un tiempo estuvimos distanciados y tuvimos nuestras diferencias, pero un amigo común nos hizo ver que estábamos los dos equivocados. Nos tomamos un café y hablamos largo tiempo, arreglamos lo que teníamos pendiente y después charlamos como si no hubiera pasado el tiempo. Creo que el sentimiento era mutuo, era una persona que me marcó profundamente. Javier fue mi primer entrenador profesional, el que me hizo debutar en Maristas en la ACB con 18 años. Nadie influyó más en mi carrera como jugador. Al día siguiente de debutar tuve una lesión grave y estuve seis meses fuera. Él siguió contando conmigo y al año siguiente ya era del primer equipo, aún como júnior de segundo año.
Sin duda, fue el entrenador que más me ha marcado. Tuvimos en Maristas y Unicaja una relación especial. Siempre lo he considerado un segundo padre, me dio muchos consejos. No sólo profesionales, como jugador, sino también como persona. Marcó mi trayectoria metiéndome ese carácter, ese espíritu ganador, ese orgullo. Javier y Pedro Ramírez marcaron mi manera de competir en la pista. Pasaba después muchas horas con él, en su casa, fuera de la cancha. Me enseñó mucho de la vida.
Viendo el baloncesto de hoy en día, a entrenadores top, me reafirma que Javier en los años 90 era un adelantado a su época. Con carácter, personalidad, tácticamente muy bueno, era muy cercano a los jugadores pero tremendamente exigente, entrenábamos mucho y muy duro. Esa barrera que quizá había entre entrenador y jugador él la rompió. Hablaba mucho con el jugador, llegaba a su fondo para sacar lo mejor de cada uno. Ese perfil de entrenador que hoy hay en los mejores banquillos de Europa lo era ya Javier 30 años antes.
En Málaga puso esa semillita de lo que fue después el Unicaja con aquel subcampeonato del 95. Era la pieza principal de aquel equipo. Había buenos jugadores, pero si no tienes un entrenador que te guíe y te lleve, no hay manera. Siempre nos decía que por qué no podíamos hacerle frente al Madrid y al Barça. Eso lo metió en nuestra cabeza y acabamos consiguiéndolo. Ese trabajo era en la pista pero también fuera de ella, haciéndote convencer de que era posible.
Lo hizo también muy bien en Sevilla, fichó después por el Madrid y la selección española. Estaba al nivel de los mejores entrenadores. Tácticamente, a la hora de gestionar el vestuario y dotarle de carácter, llevaba muy bien el grupo. Marcó un tiempo en aquel momento, era uno de los mejores técnicos de Europa. Y en este baloncesto moderno que vemos hay influencia de Javier, hacíamos cosas que eran diferentes en aquella época y que hoy son normales.
Coincidimos en 2001 y 2002 en la selección española. Antes había sido ayudante de Lolo Sainz, pero ya fue él primer entrenador. Le ganamos en Indianápolis, en su casa, a Estados Unidos en 2002, en un Mundial en el que también le vencimos a la campeona, Yugoslavia. En 2001 alcanzamos el bronce en el Europeo. Con el entró ya la generación de los juniors de oro. Estaban ya Pau Gasol, Navarro, Raúl López, Felipe Reyes... Y contribuyó de una manera muy importante sembrando fuera de la pista. Lo que se llama hoy "La Familia" en la selección debe mucha parte a él y al entonces presidente. Consiguieron que no hubiera grupos, sino uno solo.
Recuerdo esa frase de la última vez que nos vimos, me decía Javier 'Ignacio, por por la vida pasan muchas personas, pero sólo algunas te marcan'. Desde los 18 a los 28 años viví con él 10 años increíbles en Málaga, no sólo en lo profesional. Fue como un segundo padre, una relación muy especial. Él fue una de las que me marcó, sin duda. Guardo para mí un mensaje muy cariñoso de hace dos semanas que llevaré siempre conmigo. Hasta siempre, Javier.
También te puede interesar
El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Por montera
Mariló Montero
Los tickets
Salvador Merino
El reto de la movilidad