La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Detalles
Tal vez sea por este falso otoño en el que andamos, pero de un tiempo a esta parte ando con la sensación de que los días, los años, se nos van más que volando y empieza a ser tarde para casi todo. El otro día estuve en un pequeño homenaje a uno de mis colegas, con motivo de su jubilación. De los primeros de mi quinta a los que la edad retira (iba a decir: “Quita de en medio”, pero me dio una mijita de yuyu) Allí nos reencontramos un buen grupo alegrándonos por el ínclito y su entrada en la jubilatio. Como era de esperar, recordamos los gloriosos viejos tiempos y sus batallas, esas que, hasta hace nada, creíamos solo cosa de abuelos. Ahora los abu empezamos a ser nosotros. Y andábamos haciendo unas risas, que dirían los colegas madrileños, cuando en una pantalla fuimos apareciendo todos, tal como éramos, hace… tropecientos años. A los primeros comentarios jocosos sobre los evidentes estragos del tiempo, le fue ganando un silencio atronador (pedazo de oxímoron, oigan) mientras íbamos desfilando en fotos de los ochenta, de los noventa…, cigarrillo en ristre –¿qué periodista no fumaba hace treinta años?– vaso de tubo en mano, muy sonrientes todos, con la ilusión en el corazón y la poca vergüenza en los ojos. Plumillas soñando con un Watergate cualquiera que nos permitiera demostrarle al mundo – y a nuestros respectivos jefes– lo mucho que valíamos y los audaces, valientes y astutos que éramos. Unas cuantas décadas después, con algunos ya desaparecidos en combate, aquí seguimos. Supervivientes natos de crisis de todo tipo, nuestra generación –los baby boomers, nos llaman los propios– ha logrado mantenerse en pie a pesar de que nos han dado la del pulpo, a la vez, duro, y por todas partes. Como periodistas nos está tocando asistir, en primera fila y con un estoicismo admirable, al final estrepitoso de toda una época. Los violinistas del Titanic a nuestro lado, puros becarios. No hay vuelta atrás, admitámoslo: lo que asoma poco tiene ya que ver con nosotros. Moriremos a pie de teclado, con las botas puestas, y con –o sin– permiso de la inteligencia artificial y su tecnológica parentela. Otra cosa será la herencia que dejemos (cada vez hay menos alumnos matriculados en periodismo, me temo que no les interesa mucho lo que hacemos, ojo) Hoy, las luchas, las esperanzas y las quimeras de este oficio de andar y contar, que diría el maestro Chaves Nogales, apuntan desde otras trincheras. Pese a ello, y aunque nos esté llegando la hora de ceder el paso, insisto en recordarme, y recordarnos, que cumplir con la vida no es lo mismo que cumplir años. Aún nos queda un rato.
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