Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
EL catenaccio, cerrojo en italiano, es una conocida táctica futbolística ideada por el italiano Nereo Rocco, centrada en el predicamento de un juego puramente defensivo. La estrategia, que mataba el espectáculo y resultaba aburrida para el espectador deseoso de un partido entretenido, pronto dio sus frutos: entre los equipos que desplegaron este sistema se encuentran escuadras míticas que llenaron sus vitrinas de trofeos, como el Milan de Rocco, el Inter de Helenio Herrera o la propia selección nacional italiana, que jugó de esta manera en buena parte de su exitosa historia. Pensada para minimizar los riesgos, se caracterizaba por el marcaje al hombre en cada zona del campo, reforzando la defensa, compuesta por hasta cinco jugadores, con un líbero, que se situaba tras la línea clásica de cuatro defensas ayudando a éstos. Esta táctica supuso la muerte del espectáculo, cortando de forma continua la iniciativa del adversario con un juego duro, correoso y poco caballeresco que confiaba su victoria a alguna sorpresiva acción aislada de sus delanteros, que acababan por rematar a sus sufridos adversarios en algún contraataque, generalmente propiciado por algún error del equipo volcado en la creación del juego.
El catenaccio se convirtió, al igual que ocurre hoy en día, en una recurso fundamental para aquellos equipos que carecían de talento e imaginación, cualidades que suplían con la disciplina y la batalla. Hoy parece que la estrategia de nuestros grandes partidos se torna en un catenaccio político constante, que llega a veces a parecerse a lo que algún asesor iluminado denominara en su día política de perfil bajo.
El tema es jugar a la defensiva, ponerse de canto ante los problemas, que no te salpiquen, mientras esperas que el cadáver del enemigo pase por delante de ti, caído por sus propios errores. Mientras, tú sólo tienes que procurar no meter la pata, que no lo parezca, si es que lo has hecho ya, y dedicarte a echar balones fuera cuando se te acusa de algo, escurriendo el bulto, o la responsabilidad, que es lo mismo. Siempre se le puede traspasar la culpa a alguien, a veces por un módico precio.
En eso andamos, a verlas venir, a ver quien cae por su propio peso, sin que nadie coja el toro por los cuernos y lleve la iniciativa, o al menos lo intente, en un país que necesita de forma urgente reformas imaginativas y contundentes que corten de raíz nuestra deriva política y económica.
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