Javier Navas Baena

Lavada y centrifugada

Letra pequeña

Una de las causas de la corrupción es que a ningún político le piden responsabilidad ante los electores

15 de enero 2017 - 02:05

Tantas ganas de pacto, tantas ganas de pacto, como si no supiéramos lo que le pasa a la oveja que tranquilamente pasta cuando los pastores pactan. El Ayuntamiento de Alhaurín el Grande es una de esas anomalías normales de la administración local española. El alcalde Juan Martín Serón, tras un plazo inhabilitado, se presentó a nuevas elecciones para lavar su honra, y se la enjugó en papeletas. Luego se fue a su casa, pero dejó el Pleno hecho unos zorros, con un partido que él mismo inventó en el poder y la oposición descabezada.

Después del lavado, una edil centrifugada del PP -grupo que, mientras el alcalde le aseguraba un puntal en la Diputación, prefería no enterarse- puede dar la vara a la mal avenida oposición; para esto sí se entienden... Es previsible que por muy poco tiempo. Si llega a Alcaldesa la portavoz de un partido en mínimos -IU solo tiene dos concejales- no hay motivo para espantarse. Un alcalde es poco más que una cara cartelera y unas tijeras para cortar cintas, y ya se ocuparán los conjurados de tomar plazas desde donde repartir la autoridad (esperemos que no el pastel). Eso que llaman "candidata de consenso" tiene el defecto de que no me gusta a mí, pero la virtud de que tampoco te gusta a ti. Ciudadanos propuso en las Cortes un candidato de consenso, el conocido filósofo José Antonio Marina; más o menos conservador pero ajeno a la política activa y capaz de entenderse con todos. La propuesta se quedó en propuesta, un presidente pensante puede volverse un incordio.

Los primeros que se tomaron a chirigota lo que significa tener un ayuntamiento en democracia fueron los que votaron al grupo de Martín Serón. Vale que le hubieran hecho un homenaje con barbacoa pagada a escote pero elevar a la alcaldía a un delincuente convicto es una irresponsabilidad. Si quieres expresar tu cabreo, para eso, el Twitter. Fisiológicamente, el pajarito inquieto se creó para desfogar, pero la rabia sublimada en 140 letras, en vez de relajarse se crece.

Una de las causas -y no de las menos serias- de la corrupción es que a ningún político se le piden responsabilidades ante los electores. Los multan o van a la cárcel pero nunca dimiten ni se excusan pues saben que los votarán otra vez. Cosas así nos previenen contra los paladines de la democracia directa: es mucho más desastrosa que la representativa, porque expone a la comunidad a calentones y ventoleras del votante.

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