La colmena
Magdalena Trillo
Noah
El duende del Realejo
La calle está encanallada. Y no es mi pretensión construir ningún trabalenguas. Está encanallada porque a alguien le interesa y propicia y hasta provoca que así suceda. Interesados, sí, en que suban los niveles de crispación social entre las gentes que no tenemos más aspiración que vivir en paz. Porque, que haya paz, no significa sólo que haya ausencia de balas, cañonazos, explosiones, que haya ausencia de heridos o de muertes injustas. Todas las muertes son injustas. La paz es mucho más. Y lo supieron muy bien aquellos que vivieron la guerra, nuestra guerra, sí, aquella que aún hay ojos que la vieron y orejas que la escucharon en medio de llantos y de terror y de ausencias y desapariciones para siempre. Sin embargo hay a quienes les interesa que no haya paz, que campen sueltas las iras incomprensibles, los odios injustificables.
Lo cantamos, casi todos, a fines de aquel 1976. Era del grupo Jarcha: Libertad sin ira, libertad. Y esa era, esa fue la idea. Libertad sin represiones de ninguna clase y para nadie. Porque la mentira, que a la postre tanto practican algunos, es un modo sucio de reprimir. Y cuando mienten los que mandan, están, pueden estar a un paso de hacer otras cosas, igual de inmorales o lejanas de toda ética. Sí, otras cosas. Más graves.
Cuando murió el general Franco, hace camino de medio siglo, quedamos todos en que disfrutaríamos de la libertad personal y compartida y que, en el ejercicio del respeto, las leyes no permitirían a nadie que nos impusiese lo que habríamos o no de pensar, creer o votar. Por eso es difícil de entender qué es lo que pretenden algunos sembrando, gratuitamente, la crispación y el odio, como si se tratase de un mensaje -oh, peligrosa candidez- desconocido e inocuo, que no hubiésemos sufrido ya anteriormente. Hace casi noventa años, ya se pasó por circunstancias que podrían ser similares a éstas que ahora vivimos. Y muchos, lo que deseamos es que haya paz, simplemente. Y que cada uno crea y defienda, desde el uso de la razón, la inteligencia y la palabra, aquello que le parezca más idóneo para que todos -repito- todos, vivamos mejor. La idea, en principio, es bastante fácil, bastante elemental, incluso. Luego, si queremos, podríamos construir ciento treinta y cinco teorías socio filosóficas, si queremos, o más, incluso. Pero la mentira, birlar con malas artes lo que es de todos metiendo la mano en el cajón del pan, poner cercas falsarias a la libertad de cada uno y conculcar los principios de la legalidad y la democracia, incluso sólo empleando -en este caso mal intencionados- juegos de palabras, no debe ser camino para seguir construyendo una sociedad, libre, plural, justa y participativa, que es de lo que se trata. ¿O no?
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