El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
En la Cenacheriland de 1988, los profesionales de aluvión y oficina en el centro histórico, los curritos de cuello blanco, flipábamos con la cantidad de neuroatípicos que pululaban por calle Larios. Personas inofensivas que salían de paseo en una nueva praxis de tratamiento de salud mental y puertas abiertas. Eran tipos curiosos y entrañables que se sumaban al tráfico y los coches aparcados en doble fila. En todos los pueblos, por entonces, había uno o varios inocentes oficiales y protegidos. Seres humanos. Dianas de escarnio para los crueles y receptores de afecto y cariño para los generosos de corazón. Qué levante la mano quien no tenga una buena pedrada en la cabeza. En “Educación siberiana”, libro con trazas autobiográficas de Nikolái Lilin (se pasó al cine con la intervención estelar del actor John Malkovich) se narra la historia de los urcas y su nefasta relación con Stalin. Unos proscritos que a contracorriente eran deportados desde Siberia, su territorio, hacia otro permafrost de la inabarcable Unión Soviética. Los urcas, que eran muy bandidos, no reconocían otra autoridad que la de sus mayores y se definían como criminales honestos con unos férreos valores: La lealtad al grupo, la humildad, la generosidad, la aversión a las drogas. Castigaban con fiereza las agresiones sexuales y en especial, denostaban el desprecio a los débiles.
La aporofobia es el término que recién se nos acomodó y viene a significar odio, pánico e incluso hostilidad hacia al pobre. Nos hemos acostumbrado contemplar a los sin techo en la salida de las iglesias y de los establecimientos de alimentación formando parte del mueblerío urbano. La imagen del sinhogarismo. Un hombre o mujer de mediana edad desquiciada con todas sus pertenencias desbordando un carrito de súper. El cajero automático acolchonado con cartones…vd. ya sabe. Ante estas vidas quebradas por la enfermedad, demencia, substancias… o todo a la vez, más en éstas sentidas fechas, uno no sabe cómo actuar, si dar una limosna, dialogar unos minutos, avisar a los servicios sociales…pasar la patata caliente. Por fortuna hay instituciones que miran de frente e intentan paliar este problema y otros más graves. La orden hospitalaria que socorre en el Centro Asistencial San Juan de Dios lleva cien años locos de amar. Un siglo aliviando al prójimo en sus trances más delicados. Labor que ha sido reconocida con el I Premio Imprescindibles del Grupo Joly patrocinado por la Fundación Bancaria Unicaja.
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