Luis Pérez

Si quieres ser el azote de mentirosos y corruptos en las redes, necesitas un nombre que te identifique como tal

16 de junio 2024 - 00:15

Tú no puedes irte de fiesta si te llamas Luis Pérez. Bueno, puedes ir, pero si ligas, será por el resto de tus encantos. No por el glamour de tu nombre. Para entrar en el mundo del espectáculo se necesita un nombre con fuerza. Que quien lo escuche maldiga a su padre por haberle inscrito en el Registro como Pepe Pérez, sin pararse a pensar en las secuelas de esa decisión en el desarrollo de su vástago. Uno no tiene la culpa de lo que estuviesen pensando sus progenitores o de que su bisabuelo se llamase Benemérito. Nombre muy apropiado si eres hijo del Cuerpo, pero que se lleva poco en los ambientes treintañeros. Y en el patio de vecinos que son las redes sociales, cada uno puede crearse su propio y deseado avatar. Esa representación gráfica de lo que tú te crees que eres o, simplemente, querrías ser. Un camuflaje con el que salir a la calle a soltar tus soflamas vestido del héroe Anonymus de “V de vendetta”. Con la ventaja de que ahora, en Telegram, te ríen la ocurrencia, mientras que, en 1990, si salías disfrazado de payaso, o eras un crío de siete años, al que se le permitía cualquier gracieta, o pensaban que tenías una pedrada dada.

Si quieres ser el azote de mentirosos y corruptos en las redes, necesitas un nombre que te identifique como tal. Aunque en el fondo, ocultar el que te dieron tus padres no sea más que el primer paso en la escala de la mentira que manifiestas combatir. Un nombre heroico. Y ninguno mejor que Alvise, cuyo significado es “famoso en la batalla”. Aunque sea tan pretensioso como egocéntrico. Y es que los apodos y sobrenombres te los ganas y te los ponen. Atribuírtelos resulta tan chusco como pretencioso. Si, además, cambias tu nombre español por su equivalente italiano, el asunto, además de un poco pijo, es muy poco patriota. El patriótico azote de la corrupción no puede empezar por engañar a todos con su nombre haciéndonos creer regios orígenes italianos, al tiempo que se presenta como descendiente de la pata del caballo del Cid. Si fuera un poco más leído, o al menos le cundiese, tomaría ejemplo de aquel hombre de frontera, cuyo apodo era un reconocimiento de los vasallos de la taifa de Zaragoza y no aparece en la literatura hasta casi medio siglo después de su muerte. Pero en el dislate con el que ha entrado en política, lo normal será que cierre sus próximos mítines con una ¡Viva la Spagna! Es mucho más cool y hace juego con alter ego.

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