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Lo he dicho en aquellos foros a los que he asistido últimamente: a los periodistas cada día nos lo ponen más difícil porque casi no nos quedan fuentes informativas. Y las que quedan siempre son interesadas. Antes nos enterábamos de las noticias en la calle, en las tabernas o en los autobuses. Yo una vez escribí una serie de crónicas periodísticas sobre lo que escuchaba en los autobuses urbanos. Me subía en una línea determinada, iba hasta el final del recorrido y escribía sobre aquello que había oído. Aquello era un yacimiento de ideas y noticias porque la gente conversaba y se contaba cosas. Además, en estos sitios podías iniciar una conversación con un extraño, un placer que se ha perdido. Muy a menudo cojo el metro o el autobús y siempre veo a personas que no hablan y no sonríen. Casi todos están pendientes de lo que dice la pantallita del móvil o con los oídos anestesiados por lo que salen por los auriculares. El otro día leí que hay un profesor americano y científico del comportamiento llamado Nicholas Epley que en sus investigaciones ha llegado a la conclusión de que el contacto social con propios y extraños genera bienestar y muchos beneficios tangibles. ¿Por qué entonces los sofisticados seres humanos del siglo XXI se autosegregan?, se pregunta el científico. A mí ahora me resultaría imposible repetir esas crónicas autobuseras por la ciudad de Granada porque ya casi nadie habla en ese medio de transporte. Las pocas exclusivas periodísticas que tengo en mi trayectoria las encontré en una taberna o en un autobús, donde la gente comentaba cosas que le habían pasado o de lo que se habían enterado en el barrio. El charlar con desconocidos ha sido el origen de muchas parejas consolidadas y de muchas amistades inesperadas. Antes, era fácil que te sentara a tu lado alguien en un viaje y después de una charla podría quedar como amigo o como un referente importante en tu nómina de conocidos. Hoy es casi imposible. Quién se sienta a tu lado en un autobús enseguida se pone sus audífonos o se sumerge en las profundidades de su móvil para disuadirnos de cualquier mínima interacción. Antes era considerado una grosería, pero hoy está totalmente aceptado. La gente prefiere acudir a las páginas de contactos que hay en internet para iniciar una relación antes de hablar con un desconocido que tienes a tu lado. Y así nos va. ¿Merecemos la extinción?
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