Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Editorial
EL pasado viernes, un hombre de 46 años moría al caer en una máquina trituradora de plásticos en una nave de un polígono industrial de Alcalá de Guadaíra, otro trabajador, un fontanero de 20 años, fallecía al caer de la tercera planta de un edificio en construcción en Ayamonte y, por último, un obrero resultaba herido grave al resbalarse y precipitarse sobre material abrasivo en una cementera de Córdoba. Como ocurre con los asesinatos que los medios de comunicación enmarcan bajo el epígrafe de violencia doméstica o con la mortalidad en las carreteras, nos hemos acostumbrado a que estos accidentes formen parte de la realidad informativa de nuestros días, casi olvidándonos de que detrás de cada uno de estos sucesos hay una vida truncada y el desgarro de una familia que pierde a un ser querido. Las estadísticas reflejan que, a 14 de noviembre del pasado año, 123 andaluces habían perdido la vida en el tajo en 2007, cifra a la que se agregan los 40 trabajadores que murieron en desplazamientos laborales. Además, desde la creación de secciones específicas de siniestralidad laboral en las fiscalías de las audiencias provinciales, se ha registrado un aumento de los casos de este tipo que llegan a los tribunales, aunque la lentitud de su tramitación haya terminado por generar más cuellos de botella en la Administración de Justicia. Habría que preguntarse, pues, qué ocurre para que sigamos teniendo un nivel de siniestralidad que no sólo puede depender de la fatalidad humana. Los expertos sostienen que la ley de prevención de riesgos vigente en nuestra comunidad es acertada, pero que de poco sirve si las administraciones no se dotan de los recursos necesarios y los inspectores y técnicos habilitados se tienen que topar con verdaderas montañas de empresas por investigar. Hace falta, por tanto, más dotación de personal para la vigilancia de las medidas preventivas en el ámbito laboral, algo que tendría que tener en cuenta la Junta de Andalucía. Y todo esto sin olvidar lo fundamental: se requiere mayor concienciación de las empresas, responsables de todo lo que ocurre en sus centros de trabajo, y también de los propios trabajadores, cuyo exceso de confianza lleva en ocasiones a errores que pueden ser trágicos.
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