La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
La aldaba
Tanto defender lo público y nos han quitado las cabinas de teléfono sin que nadie proteste. Eran todo un icono de la España que comenzaba a ser moderna. Teléfonos públicos en el interior de un habitáculo, en la pared, en un poste o simplemente en la barra de un bar. Todo el mundo recuerda alguna conversación en la que se despeñaban las monedas, se las tragaba la máquina directamente o sonaba el pitido final antes del tiempo previsto. Han retirado las pocas cabinas que quedaban en una sociedad en la que quien no tiene teléfono móvil es un ser que genera desconfianza, próximo a abrazar la misantropía o tendente a conductas de riesgo. La última vez que vi a un ciudadano usar un teléfono público fue al profesor Gabardón de la Banda. Y al último que conocí sin móvil fue al escritor y periodista Francisco Correal, nuestro Paquiño. Las cabinas fueron lugares idóneos para cursos de inicio en la picaresca, con aquellos trucos para hablar gratis. Uno consistía en activar varias veces la palanca de colgar justo en el momento en que el receptor de la llamada descolgaba el teléfono. Otro en atar un hilo al agujero de la moneda de 25 pesetas, lo que permitía retener el dinero y engañar a la máquina. Las cabinas han sufrido una violencia jamás reconocida cuando se quedaban con la pasta o les apagaban los cigarrillos dejando la mancha de la quemadura, no digamos ya los ataques de vándalos en las manifestaciones. La verdad es que las de habitáculo eran un foco de infección no pocas veces. Sí, han servido para inspirar películas históricas, pero también de lugar para hábitos poco higiénicos. Un conjunto de cabinas se llamaba locutorio, muy habituales en las playas y en los clubes privados. No tenemos ya cabinas ni esos horarios por los que salían más baratas las llamadas a partir de las diez de la noche. Nuestras cabinas nunca fueron bonitas como las de Londres. Es más, fueron afeándose con el paso del tiempo para combinar esos colores verde y azul de coche patrulla policial de nueva generación. Nadie ha salido para defender los teléfonos públicos, que tantas veces nos han sacado de un apuro. ¿Cuántas veces pronunció usted un mensaje alto y claro para advertir a su interlocutor de la premura de la charla? "¡Te estoy llamando desde una cabina!". Y ya se sabía que la charla sería tan corta como posiblemente accidentada: ruido del tráfico rodado, mala calidad del sonido y una duración limitada. ¡Y qué me dice del teléfono público del AVE que funcionaba con el pago con tarjeta? Cuántas veces no se usaba para ronear. La telefonía es ya más privada que nunca al desaparecer las cabinas. Ironías del destino, el éxito ha sido la evolución hacia lo privado.
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