Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
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En el epílogo de su hermoso ensayo sobre las fuentes y el agua, cuenta María Belmonte su visita al lago de Nemi, cerca de Roma, en Ariccia, donde vio los escasos restos del santuario de Diana y sintió un extraño malestar que según comprobaría después ya habían experimentado viajeros anteriores, sin duda sugestionados por la oscura leyenda del rey del bosque –rex nemorensis– que inspiró a George James Frazer el inolvidable inicio de La rama dorada. De acuerdo con el viejo relato, el rey o sacerdote custodiaba el lugar después de haber dado muerte a su inmediato predecesor –como él, esclavo fugitivo– y estaba destinado a sucumbir de la misma manera frente a su heredero, quien antes debía cortar la rama de un árbol sagrado conforme al rito que venía celebrándose desde la noche de los tiempos. Consta que los romanos de época clásica, que no aprobaban los sacrificios humanos, lo consideraban una reliquia de edades bárbaras, y fue esa antigüedad la que puso al erudito escocés sobre la pista. Basada en el método comparativo y fuertemente influida por el evolucionismo, con su idea de la magia, la religión y la ciencia como estadios sucesivos, la formidable obra de Frazer no mantiene su vigencia en el ámbito estricto de la antropología, donde ha sido superada por distintas razones, pero tanto el impacto que causó en su tiempo como la perdurable influencia que ha proyectado en la literatura –baste citar los nombres de Lawrence, Eliot o Graves– la han convertido en un clásico. La devoramos con pasión en su día y a ella volvemos con placer renovado, para reencontrar en su grata escritura, prolija pero llena de encanto, numerosos episodios y descripciones memorables. La leyenda de Nemi admite fácil traslación al terreno de la política, sea en el modo más literal que encarnarían los gobernantes que asesinaron y fueron asesinados o en el apenas figurado de tantas otras sustituciones incruentas, pero es en el dominio de las creencias donde el mito universal del rey sagrado y su muerte cíclica, asociada en origen a los rituales de la fertilidad, se ha reflejado de una manera diversa y recurrente que confirmaría, aunque no lo probara el estudioso ni pueda probarlo nadie, la profunda unidad de las experiencias y las realizaciones espirituales de la humanidad primitiva. En una de sus visitas a Cambridge, donde anda persiguiendo las huellas de otro grande, el hermano Marina nos trajo unas hojas de muérdago que en las fotos aparecen sobre la tumba de Frazer en el cementerio de St. Giles. El pequeño marco junto a sus libros, en agradecido recuerdo del maestro, es también un tributo a los jóvenes que lo leímos fascinados.
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