Salvador Merino
Vaya tropa
Los estancos son las nuevas farmacias. Hay expendedurías del vicio de guardia que abren los festivos. Algunos cuentan con administración de Lotería. Allí estaba la señora mayor. Enjuta y coqueta. Arreglada. Para los viejenials una señora mayor es la que ronda los 80 abriles y desmayos como nuestro arcade vintage. -Con lo bien que se la ve, usted no necesita que le toque la lotería- requiebro señoro con matices piropo. Sí, la necesito, para ayudar a los necesitados. Momento cuajao. La venerable dama se explaya e insiste en que ella está bien pero que le gustaría que le tocase la lotería para ayudar a la familia y a los necesitados. Insiste en lo de los necesitados.
De los diez millones de votos pensionistas hay muchos jubilados que se asustan con el porvenir de sus descendientes. Egoísmos endémicos aparte y repetir ¿Qué hay de comer? hasta la saciedad. De esos informes científicos que cada dos o tres años resucitan en internet me encanta el estudio atribuido al director de la Facultad de Medicina de la Universidad George Washington que viene a concluir que la neuroplasticidad del cerebro es mayor de la que se cree. A partir de los sesenta años la sincronización del hemisferio derecho o racional con el hemisferio izquierdo o fantasioso, es más armoniosa y que en la etapa Imserso muchos abueletes rebosan creatividad. Hecho que sumado a la experiencia vital ayuda a tomar decisiones más sensatas. Por eso me llama la atención esa ilusión o desesperación de los yayos invocando al euromillón. Hablamos de personas que se han pasado la vida partiéndose el lomo en demasiados casos desde la más temprana infancia. Niños y niñas que aportaban con orgullo su contribución al sostén familiar. En el campo y la ciudad.
Encarnación Aragoneses más conocida por Elena Fortún y sus cuentos de Celia, en su faceta periodística entrevistó a niños trabajadores entre 1930 y 1931, testimonios que se recogen en el libro "Lo que cuentan los niños". Hasta entrados los años cuarenta era muy habitual arrancar a las criaturas del pupitre y ponerlas a chuzar. Por ello, cuando se cruce con un viudo/a de tembleque rebuscando en el monedero paralizando la caja del super o cruzando la vía a su bola por donde le sale del taca taca, antes de imprecar, recuerde que no solo fue joven, también niño y puede que incluso trabajador.
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