Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Editorial
EN la hora de los balances sobre el año 2007 hay que destacar los datos relativos a la inmigración, uno de los fenómenos sociales más llamativos y potencialmente conflictivos de los últimos años. Según el Ministerio del Interior, el número de inmigrantes que llegaron a las costas españolas en pateras o cayucos fue el año pasado de 18.057, menos de la mitad de los registrados en 2006, cuando ciertamente se batieron todos los récords. Por otra parte, el 92 por ciento de los sin papeles que interceptaron los agentes de seguridad fueron devueltos a sus países de origen. Con todas las cautelas necesarias cabe señalar, a este respecto, que la imagen de una España en la que es fácil entrar irregularmente y en la que quien lo consigue se instala definitivamente entre nosotros pertenece más bien al pasado. Para que ello sea así ha tenido que producirse un cambio sustancial en la política de inmigración del Gobierno. Después de una etapa de enorme permisividad en la que todo inmigrante era bienvenido y otra en la que se optó por una regularización masiva de los irregulares que ya estaban en España con carácter de punto final, el Ejecutivo, que había sido muy criticado por nuestros aliados de la Unión Europea, cambió de política. Por un lado, se reforzaron las medidas de control en las fronteras marítimas y terrestres (las aéreas siguen siendo un problema). Por otro, se potenció la contratación de inmigrantes en origen, única vía para garantizar que el inmigrante no es explotado o conducido a la marginalidad y la delincuencia, y se firmaron numerosos acuerdos con países africanos para detener en origen las embarcaciones que fletan los negreros de este siglo en dirección a Europa -vía España- o, en su caso, hacer posible la repatriación de cada contingente a su tierra de origen. Finalmente, se ha abierto paso en la sociedad y entre las fuerzas políticas más representativas la idea de que la inmigración regulada es imprescindible para la economía española, mientras que la inmigración irregular y descontrolada es una fuente de conflictos sociales y un elemento de desestabilización y desorden.
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