¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
¡Oh, Fabio!
Las élites vascas han tenido una tradicional habilidad para negociar con el poder central en sus distintas versiones a lo largo de la historia. Con los Habsburgo y los Borbones consiguieron convertir el Imperio Hispánico en un inmenso caladero donde pescar puestos y prebendas para los segundones de sus rancios y fértiles linajes, condenados a la indigencia debido a su sistema hereditario. Así, los altos y medios cargos de la administración colonial, la Marina o el Ejército estuvieron plagados de apellidos vascos que, no hay quien lo dude, sirvieron con lealtad y valor a la Corona y a sus propios intereses. Esta colaboración se mantuvo incluso cuando, a partir de la derrota del Carlismo y la pérdida de los territorios de ultramar, surgieron los primeros brotes del nacionalismo vasquista. Con los Alfonsos de la Restauración fue evidente, como puede comprobar cualquiera que pasee por San Sebastián o Bilbao y, durante el franquismo, el Clan de Neguri siguió siendo uno de los pilares industriales y financieros de España. Todo cambió con la llegada de la Democracia, el acoso de ETA a la oligarquía (que terminó exiliándose a Madrid o a las playas del sur) y el ascenso definitivo de un partido mesocrático, católico, nacionalista, y republicano: el PNV. Desde ese momento el nuevo poder vasco siguió negociando con el central, pero cambió la lealtad por un oportunismo cínico que, a veces, se torna en parasitario.
Desde la Transición, los patriarcas peneuvistas se habían centrado en convertir a Vasconia en lo que se ha llamado un Luxemburgo ibérico. Sus negociaciones con Madrid tenían el objetivo exclusivo de aumentar los privilegios y recursos de su autonomía. El éxito ha sido tal que las diferencias entre el País Vasco y otras regiones son ya obscenas. Poco más se puede exprimir la garrida teta española. Consciente de esto, el PNV ha cambiado de estrategia y en sus negociaciones para apoyar a Sánchez se ha dedicado a pedir para los demás, con regalos para los navarros-vasquistas (expulsión de la Guardia Civil de Tráfico) y los sediciosos catalanistas. Así, de paso, los hijos de Aitor avanzan en dos viejos sueños: la disolución de la nación española tal como la concebimos desde el XIX y la integración de Navarra en una Gran Euskadi cuasi soberana. El PNV se expande y ha abandonado su política aislacionista para volver a la tradición vasca de intervención en los asuntos hispánicos, aunque es dudoso que lo hagan con la misma lealtad que sus antepasados. Nunca han olvidado que España y su prole americana es el territorio del medro.
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