Salvador Merino
Victoria sin combate
La tribuna
AL observar las diferentes secuencias que produce una piedra arrojada a un estanque, se hace evidente como se provocan ondas concéntricas que ensanchándose sobre la superficie va afectando a todo lo que se encuentra con ella, desde el barquito de papel o una hoja desprendida, hasta la balsa del pescador, con diferentes grados de intensidad. Existen otras ondas que se propagan hacia el interior y desplaza las diferentes estructuras, macroscópicas y microscópicas, y la misma piedra en su caída, arrastra algas, asusta peces y cuando llega al fondo, remueve la arena, cambia de lugar a objetos más livianos y desencadenando más ondas, conforman otra cadena de efectos y alteraciones.
Así, la palabra que nos llega de los demás, participa en la misma dinámica y con similares movimientos en el cerebro: produce ondas en la mente de la persona a las que se le dirige y precipita una serie de reacciones y acontecimientos que se acompañan de imágenes, recuerdos, significados y emociones que implican y complican a la memoria, imaginación, fantasía, y al mismo inconsciente, y de esta manera la mente de esa persona participa activamente, valorando y decidiendo las actuaciones que considera más idóneas según la interpretación que le aplica y que se traducirá en una conducta determinada; una palabra, al igual que un trozo de nieve que se desprende de la cima y alcanza el valle convertido en un alud, posee infinitas potencialidades, como demuestra el "efecto mariposa".
Actualmente no se admite separación entre tratamientos farmacológicos y psicoterapéuticos, en cuanto a las modificaciones que provocan en el cerebro; incluso la psicoterapia puede ejercer más influencia sobre determinados circuitos reguladores que la mayoría de las sustancias activas neuronales: la existencia de cambios duraderos de la actividad cerebral, sea después de psicoterapia o fármacos se encuentra sólidamente documentada. La psiconeuroinmunología nos informa detalladamente como los cambios emocionales provocados por una palabra portadora de una esperanza argumentada, activa el sistema de defensa y estimula los recursos propios que se materializan en movimientos químicos que potencian los estados de salud y quiebran los estados de enfermedad. En el mismo mecanismo de acción, también se contempla que esa palabra de ánimo, adobada con gotas de ternura, estimula directamente el centro de recompensa cerebral provocando un estado de conciencia gratificante que como experiencia positiva le alegra la vida.
Ante el enfermo consumidor de drogas, que nos llega con cierta eutanasia psíquica, afectiva y relacional, por el deterioro de mecanismos neurobiológicos y un cierto déficit de neurotransmisores que le condicionan una confusión existencial, la palabra se considera como el primer instrumento terapéutico a utilizar, porque de manera prioritaria se impone iluminar sombras y pensamientos, anular miedos, organizar el contenido de su conciencia, pero sobre todo argumentar motivaciones para que, trabajando en un proyecto de futuro, encuentre una alternativa válida a su vida. Porque la palabra siembra ideas que necesariamente toman cuerpo bioquímico y eléctrico en los circuitos neuronales y adquieren una intencionalidad que psioconalíticamente no pierde protagonismo porque el entendimiento, que es la potencia que analiza, discierne y decide, ha valorado esas ideas, que las palabras le ha transmitido, como selectivamente buenas para la persona; el siguiente paso de ordenar a la voluntad que ejecute lo decidido por el entendimiento, pertenece al funcionamiento fisiológico de nuestra estructura mental.
Las palabras que sanan, singularmente si son expresadas con pasión, ganas y recta intención, son siempre constructoras y consolidan ideas que hipotecan desánimos, aburrimientos y cansancios, preparando un terreno mental para que todo lo que es posible se haga realidad..., y el milagro es una posibilidad más. Son las que desencadenan ideas positivas, animan, reconocen, alientan, despiertan y fortalecen de manera explosiva, ilusiones y esperanzas, consiguiendo una armonía interior que necesariamente se proyectará al exterior, y que representa siempre un trabajo eficaz y eficiente pues trabaja sobre las causas y no sobre los síntomas.
El llegar a objetivar las razones esenciales que tiene una persona para dejar el consumo de una droga; el saber por qué y para qué va a hacer el esfuerzo y el descubrir sus objetivos existenciales, es encontrar un significado y razón de vida, y sabiendo hacia dónde dirigirse ya todos los vientos le serán favorables.
Somos lo que pensamos, y muchos pensamientos tienen su génesis en las palabras que recibimos de los que nos rodean. Y nadie duda que una palabra intencionada y argumentada de aliento, ánimo y solidaridad tiene la capacidad de convertir una mañana oscura en un resplandeciente día y hacer feliz a una persona: ¡sólo con la palabra!
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