Juan López Cohard

Palabras y gestos

El zoco

21 de noviembre 2023 - 00:15

Decía Jean-Paul Sartre que las palabras son armas cargadas. Convengamos que, aun siendo así, es preferible que se disparen vocablos del diccionario a que se disparen balas, salvo que sean de plata que es como llamaba el maestro Manuel Alcántara a los dryMartinis. Claro que a veces las palabras oídas duelen más que un Maria Moliner arrojado a la cabeza. Lo cierto es que el poder de las palabras es enorme y sus efectos impredecibles, sobre todo cuando se propagan globalmente a través de las redes de forma indiscriminada. Si las palabras están cargadas de fanatismo, odio y discriminación o son denigrantes, sí que verdaderamente son armas que pueden llegar a la violencia física, habida cuenta de que inducen a la hostilidad, animadversión, racismo y exclusión. Sus efectos pueden ser devastadores para la sociedad ya que se dinamita la convivencia, la diversidad, la dignidad y el respeto a los derechos individuales y colectivos.

Las palabras de Sánchez levantando un “muro” entre aquellos que le apoyan (la mitad + 4 de la cámara de representantes, que no de la mitad de los españoles) y los que no aceptan su compraventa de votos, significa que a más del 50% de los españoles, que son todos los que no están de acuerdo con el pacto alcanzado entre PSOE y los separatistas, quedan excluidos y presos al otro lado del muro. Esas palabras murales son torpedos en la línea de flotación de la convivencia en España. Si ha sido tajante levantándoles un muro ante él ¿cómo le pueden aceptar, respetar y obedecer? Los ha convertido en enemigos convirtiéndolos a todos, por sus santos cojones, en fascistas de extrema derecha. Está claro que si, como líder del Gobierno, su postura es “o conmigo o contra mí”, Sánchez es un dictador. A los de la derecha del muro no les queda otra que luchar contra el dictador. A él le defenderán los terroristas, malversadores y golpistas amnistiados,

Pero tan importantes son las palabras como los gestos. Me sorprendió (y me avergonzó) ver a Sánchez en el discurso de investidura riéndose a carcajadas, horteras e inoportunas por el acto, el tema y la tribuna en la que estaba. Una risotada forzada porque no había motivo de chiste alguno. Me lo imagino, ante el Jefe del Estado constitucional, pronunciando: “Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno, con lealtad al rey, y guardar y hacer guardar la Constitución”, y al Rey soltando una carcajada descomunal. Y me lo imagino porque la promesa de Sánchez podría haber sido uno de los mejores chistes de Eugenio. Aquellas carcajadas fueron unos típicos abusos de gesticulación que denotan su baja estofa y mala educación, ya que la intención era puramente denigrar al oponente político. Si por palabras dichas en el hemiciclo se riesen sus señorías a carcajadas, las Cortes sería lo que es, un circo, pero con más alegría. Esas risotadas se denominan siquiátricamente “risa patológica”. Es la risa sin motivo, que no es proporcional al estímulo emocional que la desencadena, además de ser inapropiada y desenfrenada, cuya forma más frecuente se da en la esquizofrenia. También puede producirse en ataques de histeria o en la fase maníaca del trastorno bipolar. Nada nuevo que no sepamos de Sánchez que llegó a decir, en el homenaje a la escritora Almudena Grandes en el Ateneo de Madrid, que él pasará a la historia por haber exhumado a Franco del Valle de los Caídos guiado por el “legado de luz del republicanismo”. Además, cursi.

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