El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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Su propio afán
Me cuenta su hartazgo con la política y su decisión de votar en blanco. Yo no creo que todos los políticos sean iguales ni parecidos, pero no discuto. Eso ya lo sabe mi amigo. No que no sean iguales, sino que a mí no me lo parecen. En cambio, sí le cuento que el voto en blanco no computa para el reparto de escaños o de concejales. Como mucho, dificulta cumplir la barrera del 5% a los partidos minoritarios, que no debe de ser tampoco su principal propósito.
Lo ideal sería que esos votos en blanco –a diferencia de las abstenciones– se sumasen efectivamente y dejasen vacíos tantos escaños como les correspondiesen si hubiesen caído en una lista convencional con nombres y apellidos. El dinero oficial para ese grupo en ausencia del Congreso, más los sueldos y dietas que el Estado se ahorrase en diputados, senadores, asesores, despachos, teléfonos y tabletas, podrían emplearse en campañas a favor de la Apolítica Sistemática.
Así el voto en blanco se dispararía hasta índices de gran partido nacional, aunque ¿para qué? Más interés práctico tendría si lo hiciese un Partido Derechosista que uniera los votos de sus diputados para asegurar siempre y sobre todo los derechos personales básicos (la vida, la propiedad, la intimidad…) y las libertades fundamentales (de expresión, de pensamiento, de enseñanza de los padres…) contra las intromisiones del poder que aliente cualquier otro partido. Un partido profundamente partidario de la separación de poderes y de la autonomía personal frente a las crecientes intromisiones del Estado y de los otros poderes económicos. La política convencional se ha transformado ya en un riesgo –no sólo económico– para el ciudadano medio.
El Partido Derechosista subastaría sus votos como el PNV. Le daría igual ocho que ochenta, salvo lo suyo. Al PNV, lo de la independencia paulatina de las tres provincias vascas; al Partido Derechosista, lo de la independencia de cada individuo y sus comunidades (familia, parroquia, club, etc.) libremente constituidas.
No tendremos este partido tan propio de “las muy ibéricas huestes del anarquismo derechoide” por culpa del oxímoron que implicaría su existencia; pero sí estoy seguro de que su programa será cada vez más defendido y con más éxito electoral por algunos políticos valientes. Los partidarios del voto en blanco, en realidad, quieren votar eso mismo. Lo que llaman hartazgo es instinto de supervivencia mal enfocado.
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