La colmena
Magdalena Trillo
Noah
Sin maldad
NECESITAMOS un respiro. No recuerdo que en pleno verano hayamos pasado unas semanas de tanta intensidad política. Es como si todos los problemas que se han ido incubando durante meses hayan acordado estallar en el momento más inoportuno, cuando los cuerpos y las mentes se disponían a un bien merecido dispendio del tiempo y olvido de la realidad. Pero no. En solo un mes hemos asistido a los regurgitos judiciales de Luis Bárcenas, los saltos procesales de los ERE, las semiprimarias del PSOE, la dimisión de Griñán, la clandestina militancia del presidente del Tribunal Constitucional y, para colmo, el drama ferroviario de Santiago, con la lamentable secuela de ejercicios acusatorios imprudentes, precipitados y arriesgados. Hasta Rajoy se ha atrevido a profanar el mes de agosto con una comparecencia tan espesa como su personalidad política. En estos compases veraniegos la atmósfera se ha hecho irrespirable. Hay que renovar el aire, hay que oxigenar el centro del campo, necesitamos una pausa.
Los periódicos no pueden venir tan densos como si fuera un mes de otoño. Hay que dejar que las primeras páginas la conquisten las serpientes de verano de toda la vida, con insólitas e increíbles noticias. Hay que empezar a preocuparse por la plaga de medusas, por los golpes de calor, por el calentamiento global, por el deshielo del ártico y por el avistamiento de OVNIs en el Amazonas. Hay que cambiar de registro. No podemos seguir respirando el aire de los problemas de siempre, de las caras de siempre, de las frases de siempre y de los reproches de siempre. Para volver hay primero que irse. Y necesitamos volver con alguna ilusión no estrenada, alguna esperanza no marchita o algún propósito no olvidado. No importa que esas nuevas sensaciones duren lo que tarda en verse la cabecera de un telediario y que a los pocos días formemos parte de una rutina infinita. Necesitamos creernos que las cosas pueden cambiar y que los propósitos se pueden cumplir. Necesitamos desaparecer para encontrarnos. Por unos días necesitamos sentir que la vida puede cambiar o al menos que se puede contar de otra forma, sin recurrir al formato preestablecido de caras, frases y gestos.
Susana Díaz anuncia para septiembre un tiempo nuevo. Ha sido la idea que más ha repetido hasta ahora. A eso me aferro en este paréntesis necesario del mes de agosto. Y aquí lo aguardo más como una esperanza que como una promesa, entretenido con mi tinto de verano, eso sí, cargado de escepticismo.
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