La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
En tránsito
En cualquier otro momento de nuestra democracia, sobre todo en los primeros tiempos de Suárez y González, cuando todo estaba aún por hacer y se vivía la política con una mínima voluntad de concordia, el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso sería una buena noticia. Pero ahora mismo, en estos momentos de toxicidad incontrolable, la aparición de los pinganillos en la nueva Babel de las Cortes es una prueba más del deterioro tal vez irreversible de nuestras instituciones. Abandonad toda esperanza, amigos. “Y fango es el mundo”, decía uno de los versos más tristes de Leopardi. Pues bien, ya estamos todos viviendo en el fango. Fango, puro fango.
Las lenguas cooficiales –catalán, gallego o euskera– no se usan en el Congreso para comunicar ni para convencer a nadie, sino como simples muestras de gestualidad zoológica y de tribalismo atávico, a la manera de los babuinos que se retan mostrándose el trasero para dejar muy claro a quién le pertenece el territorio. Bien mirado, quizá sus señorías –damas y caballeros– deberían recurrir a esta gestualidad primitiva y dejarse de fruslerías lingüísticas. Ya puestos a demostrar su desprecio invencible hacia el adversario, bastaría con que se pusieran en pie en el escaño, y muy solemnes, muy envarados, muy dignos del momento histórico que estaban escenificando, hicieran un solo gesto: bajarse los pantalones (o la falda) y enseñar el trasero. Así todo resultaría más elocuente. Veríamos enseguida cuál es el grado de respeto que les merecen a esos parlamentarios los parlamentarios de la bancada de enfrente. Y encima saldríamos ganando. Nos ahorraríamos un pastón en traductores. Y el espectáculo resultaría mucho más divertido.
Si algún iluso cree que esta medida va a servir para mejorar la convivencia entre nosotros –y hay muchos ilusos así, sobre todo en la izquierda cuqui de Sumar–, es que tiene la inteligencia de un lamelibranquio. Las lenguas cooficiales se usarán en el Congreso –lo vimos ayer– como un tatuaje tribal que marca las señas de pertenencia al clan de cada uno. Son pinturas de guerra, no herramientas de comunicación. No se dejen engañar. Quienes usan esas lenguas no tienen la menor voluntad de convencer a nadie. Lo único que pretenden es marcar territorio como hacen los perros cuando levantan la patita junto a un árbol. No hay más.
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