En tránsito
Eduardo Jordá
Parteaguas
Acuenta de una pequeña mudanza de libros releo El hombre rebelde deAlbert Camus y reparo en sus apuntes a la naturaleza de la revolución dentro de La rebeldía histórica: "Marx no imaginaba fin a ese círculo infernal (la opresión del capitalismo), salvo la revolución (...) Pero la revolución se industrializó a su vez y se vio entonces que la acumulación dependía de la técnica misma, y no del capitalismo, que la máquina llama finalmente a la máquina (...) ¿Cómo un socialismo, que se decía científico, pudo chocar así con los hechos? La respuesta es simple: no era científico. Su fracaso depende, al contrario, de un método bastante ambiguo para quererse al mismo tiempo determinista y profético, dialéctico y dogmático". Resulta sorprendente el modo en que, ahora que el mundo es otro, semejante exégesis puede sernos de utilidad para establecer un diagnóstico 67 años después de su formulación. Ciertamente, la caída del Muro y el Nuevo Orden Mundial confirieron a las revoluciones un papel residual que los populismos, para colmo, han confundido a conciencia con la pataleta de los garantes del viejo orden ante su pérdida de influencia; sin embargo, el socialismo, adscrito al cheque en blanco de la realpolitik, sigue adjudicándose una capacidad transformadora y profética. Sin despeinarse si quiera.
Y me refiero, sí, a una transformación presuntamente científica, un plan de acción con ambición positivista y, por tanto, infalible. Luego, ya lo sabemos, el método no puede ser más ambiguo: si en su momento Felipe González se las compuso para que fuese el socialismo el que metiese a España en la OTAN, todavía nos preguntamos qué clase de mano izquierda hay que tener para aportar a una burguesía catalana que parecía extinta el oxígeno suficiente para su supervivencia a cuenta de un procés en el que nadie creía o para, lo que ya tiene mérito, que Arabia Saudí se quede las bombas con las que incendiar a los yemeníes y que todo el mundo dé la operación por buena con tal de garantizar unos necesarios puestos de trabajo que, la verdad, nunca sabremos si habrían podido garantizarse de otra manera. El mismo Camus presenta la clave de todo esto, aunque no hace falta ser un lince: el ejercicio del poder obliga sin remedio a incurrir en la ambigüedad del método, pero sin el poder político no hay transformación posible. Y el poder, ya se sabe, luce mucho.
Aunque cabría preguntarse si el poder socialista acaba transformando más al socialismo que a la sociedad gobernada. En Andalucía sabemos un rato de eso. A ver quién es el próximo socio que sale escaldado.
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